domingo, 25 de noviembre de 2012

VIDA ESCOLAR DEL SIGLO XIX


HISTORIOGRAFIA DE LA VIDA ESCOLAR EN EL SIGLO XIX

La vida escolar, campo de estudio para la historia de la educación.
Puede sostenerse que el concepto de vida cotidiana escolar, su utilización y sus usos es reciente e inspira la reflexión de los historiadores de la educación a partir de las contribuciones que han hecho a este campo la sociología y la antropología. Las diversas dimensiones que contiene lo convierten en una parte central en los análisis historiográficos contemporáneos. Desde las herramientas metodológicas y teóricas que proporcionan la sociología y la antropología es posible fijar la mirada en diferentes planos que, en conjunto, integran la vida cotidiana escolar. El registro escrupuloso de la vida cotidiana de la institución escolar, en general y del salón de clases, en particular, el cual es el espacio privilegiado para la aprehensión de ésta, adquiere coherencia el rompecabezas de las prácticas pedagógicas al desplegarse el caudal de experiencias individuales y colectivas de los actores educativos. La observación y el análisis de la distribución y el empleo de los diferentes segmentos en que se divide la institución escolar, los tiempos que se destinan a cada una de las ocupaciones escolares, los ritmos que se aplican y se desenvuelven las actividades de cada uno de los actores educativos, la producción y las funciones que desempeñan cada uno de éstos, las interacciones que establecen. Las ideas que subyacen a los métodos de enseñanza, las actitudes, los gestos, las trayectorias personales y colectivas que convergen en un lugar determinado, las formas en que se utilizan los recursos didácticos, así como el proceso que sedimenta los proyectos, las propuestas y los programas educativos son otras tantas dimensiones de la vida escolar.
De igual manera, este concepto facilita una lectura y una aproximación al estudio de las normas formales e informales que moldean los establecimientos educativos, la significación y el significado que los actores involucrados le confieren al quehacer educativo, la resistencia y la apropiación que hacen no sólo de ellas, sino de los saberes y conocimientos que adquieren en la dialéctica de la relación enseñanza-aprendizaje. Los mecanismos y los procedimientos que se instrumentan para hacer más eficaz la asimilación de habilidades y disposiciones culturales que los individuos tienen que obtener para comportarse socialmente. En suma, el dispositivo cultural que configura a la institución escolar puede examinarse a la luz del concepto de vida escolar.
Con base en estos aspectos se ensaya un esfuerzo de interpretación alrededor de la importancia y pertinencia del concepto. Ello es posible al sumergirse en la amplia y cada vez más importante historiografía de la educación del siglo XIX en México. Para tal propósito se establecen dos niveles de análisis acerca del empleo, de la utilidad y de las potencialidades que ofrece a los historiadores este concepto. Un primer nivel, la definición del concepto mismo a partir de las aportaciones que hacen los estudios antropológicos y sociológicos de la vida cotidiana en general y de la vida cotidiana escolar en particular a los estudios históricos de la educación, es decir, construir o poner a prueba su pertinencia desde el punto de vista histórico, así como la riqueza explicativa que guardan. El segundo nivel, pretende recuperar las dimensiones que ha examinado la historiografía de la educación, ilustrar las coordenadas con las que puede elaborarse el concepto y su utilización en los estudios históricos.
En el caso del primer nivel se parte de una definición en torno a un nivel de abstracción que permite establecer y comprender diversas facetas que involucra la vida cotidiana escolar y, por tanto, distintas dimensiones de observación y referentes empíricos a partir de un concepto más general. Dicho nivel hace referencia a la noción de proceso escolar, tal y como lo define una de las estudiosas más notables en el campo de los estudios etnográficos y antropológicos de la vida cotidiana en la escuela, Elsie Rockwell. Para la autora, el proceso escolar es "un conjunto de relaciones y prácticas institucionalizadas históricamente, dentro del cual el currículum oficial constituye sólo un nivel normativo. Lo que conforma finalmente a dicho proceso es una trama compleja en la que interactúan tradiciones históricas, variaciones regionales, numerosas decisiones políticas, administrativas y burocráticas, consecuencias imprevistas en la planeación técnica e interpretaciones particulares que hacen maestros y alumnos de los materiales en torno a los cuales se organiza la enseñanza. Las políticas gubernamentales y las normas educativas influyen en el proceso, pero no lo determinan en su conjunto. La realidad escolar resultante no es inmutable o resistente al cambio.
Estas facetas del proceso escolar tienen su materialización en la vida cotidiana, es decir, en las formas específicas en que los actores educativos viven la experiencia escolar, la reflexionan, la resisten, la apropian, la asimilan y se orientan en el espacio y el tiempo institucionales. Se trata de establecer las relaciones sociales que hacen posible comprender los mecanismos que se organizan y se fijan para la reproducción del orden institucional. Es decir, esos instrumentos hacen inteligibles los fragmentos, los trazos que conforman la vida escolar y que en apariencia están desarticulados no sólo a los ojos del historiador sino de los directamente involucrados.
El historiador de la educación tiene entonces a su disposición un conjunto de referentes teóricos y metodológicos desde los cuales esté en condiciones de registrar los hechos, los datos, la información empírica para comprender, explicar e interpretar la lógica que articula la vida escolar. De este modo, se abre la alternativa para que el historiador de la educación configure un campo de investigación específico, la vida cotidiana escolar. La historicidad y la posibilidad de historiar la vida escolar está en función de contar y tener acceso a las fuentes adecuadas para registrar elementos primordiales del mundo escolar: proyectos, fines educativos, valores, sentimientos, intenciones, métodos de enseñanza, planes de estudio, contenidos curriculares, libros de texto.
También espacios físicos, disciplinas, rutinas, horarios de trabajo, calendarios escolares, habilidades y destrezas inculcadas y aprendidas, materiales didácticos que introdujeron cambios profundos en las disposiciones mentales y físicas de los actores, las ceremonias, rituales religiosos y cívicos, inauguraciones de cursos, celebración de exámenes, clausura de actividades, apertura de planteles educativos, entre otros. Quizá una operación histórica de mayor envergadura es demostrar que esos factores fueron transformados en prácticas culturales por parte de los actores educativos y que no revelaban únicamente el orden escolar, sino un orden mayor que es la sociedad.
El significado que los actores le otorgan al conjunto de actividades que se despliegan en la vida escolar tiene un contexto y momento determinado como parte del movimiento histórico general. La vida cotidiana como categoría analítica permite visualizar en su particularidad ese "mundo de diversidad", en el cual se expresan una multiplicidad de realidades que identifican a la institución escolar.
En realidad, uno de los problemas primordiales que enfrenta la historia de la educación para analizar la vida cotidiana escolar reside en el tipo de fuentes y materiales con los que puede nutrir su investigación. Desde luego, los instrumentos conceptuales y metodológicos están a su disposición, lo cual no quiere decir que por sí mismos resuelvan el problema, pero sí lo preparan para tener una mirada atenta hacia los detalles o los indicios que pueden parecer intrascendentes en la investigación. El problema, sin embargo, sigue sin resolverse. Por ejemplo, la sociología cuenta con herramientas confiables para levantar información in situ, es decir, levantar una encuesta o aplicar una entrevista, tiene la posibilidad de acceder directamente a los actores educativos, realizar observaciones de campo en torno a preguntas concretas o aspectos de su interés. De igual modo, sucede con la etnografía que puede efectuar registros escrupulosos y detallados de índole cualitativa acerca de lo que sucede cotidianamente en el espacio escolar.
Evidentemente, el historiador no tiene ni la oportunidad ni la posibilidad de entrar de manera inmediata a la realidad escolar, por más que las operaciones que involucra el análisis y la explicación de lo que se registra y observa pase por un largo proceso reflexivo, tal y como ocurre con la sociología o la etnografía. El material con el que fabrica los hechos históricos es de distinta naturaleza a la de esas disciplinas. ¿Pero entonces como realizar una investigación de la vida cotidiana escolar, sobre todo cuando el historiador realiza gran parte de su labor mediante documentación oficial? ¿Qué pasa en el momento en el que decide, por ejemplo, emprender un estudio de la cotidianidad escolar en el siglo XIX, donde la certeza de localizar a los protagonistas es evidente? Y aún si ello fuera posible, la condición de combinar y emplear fuentes oficiales le imponen dificultades no sólo porque el historiador con frecuencia se encuentra con documentos de índole normativa, sino porque muchos de ellos no hacen referencia a algunas dimensiones fundamentales para inferir la vida cotidiana. El historiador debe entonces buscar y producir nuevos materiales para convertirlas en fuentes históricas.
De este modo, parte de la respuesta se encuentra en la formulación de los problemas que el historiador pretenda resolver porque éstos orientan la búsqueda y la pertinencia de las herramientas y de los materiales históricos de los que dispone en el proceso de construcción del objeto de estudio. Preguntarse acerca de las dimensiones que involucra la vida escolar y con base en ellas realizar una lectura y una interpretación adecuada de la documentación oficial, esto es, reglamentos, decretos, leyes, circulares, calendarios y horarios escolares, así como las ideas educativas, permite disponer de documentación valiosa para el estudio de la vida cotidiana. Por su fuerte carga normativa, estos materiales son significativos para dilucidar aspectos que de otra manera podían parecer incomprensibles como parte de la vida cotidiana escolar. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene la prescripción de un método pedagógico o la disposición y el orden que debe tener un salón de clases? ¿Cuál el propósito de que los profesores se dirijan a sus alumnos con cierta modulación de la voz y de los gestos? El hecho es que no son únicamente disposiciones escolares, sino proyectos educativos que se intentan implantar entre los actores educativos y que a su vez éstos tratan de ajustarse. Hasta aquí su naturaleza normativa. El siguiente problema que se presenta son las limitaciones propias de la fuente y de las respuestas que nos puede proporcionar.
El problema siguiente, de orden metodológico, es: ¿hasta dónde el contenido prescrito y normativo, el deber ser, tienen una materialización transformándose en prácticas, valores, ideas, comportamientos, actitudes y hábitos? El historiador ¿cómo puede dar cuenta de este mundo escolar sin tener un registro pormenorizado de lo que sucede al interior de la institución educativa? Conviene apuntar que esta limitación es propia del trabajo histórico, es decir, el historiador sólo puede iluminar una parte del pasado, aproximarse a él en una sucesión de interpretaciones y análisis para hacerlo inteligible. Busca entonces procurarse otros materiales, al mismo tiempo que nutre su objeto de estudio con otras perspectivas históricas que ayuden a complementar la información de las dimensiones que, desde un punto de vista conceptual y metodológico, conforman la vida cotidiana.
En este sentido, la historia de la educación, se ha desplazado del simple examen de las instituciones escolares, las ideas pedagógicas y las leyes educativas a establecer las relaciones entre los procesos educativos y las de orden político, económico y cultural. Esto ha obligado a enriquecer no sólo los enfoques de la vida escolar con nuevas preguntas, sino también a diversificar sus fuentes históricas.
Las aportaciones de los estudios históricos de las mentalidades, de la mujer, del trabajo, del libro, de la vida intelectual, de la conformación de las élites y de las iglesias, entre otros, han proporcionado nuevas ideas acerca de cómo analizar la vida cotidiana. La recuperación y la valoración de nuevos materiales históricos, especialmente los archivos, tanto nacionales, estatales como municipales y que contienen una riqueza enorme, han permitido documentar y ampliar la mirada de la vida cotidiana. La diversidad de información que proporcionan en torno a ésta guarda relación directa con la configuración de la institución escolar y del sistema educativo a lo largo del siglo XIX. Así, en la medida en que la escuela fue convirtiéndose en una realidad irrefutable, también fue generándose mejor y mayor cantidad de noticias en torno suyo.
La construcción de la vida cotidiana encuentra en los archivos una variedad de materiales dispuestos para que el historiador enriquezca sus ideas, formule sugerencias, encuentre orientaciones y que con imaginación respalde su labor. Inquirir en los documentos, buscar indicios, localizar huellas y, sobre todo, unir cada uno de los fragmentos que van apareciendo arma el entramado de la vida cotidiana escolar. Hombres, mujeres, niños y niñas, preceptores, preceptoras, autoridades, instituciones y estructuras revelan sueños, inquietudes, deseos, sentimientos, ideas, valores, actitudes, conductas, hábitos y comportamientos. En fin, gran parte de los elementos y de las dimensiones que dan vida y movimiento a la escuela en su actuar cotidiano se localizan en millones de documentos.
De igual manera, la prensa en general y la pedagógica en particular, es un instrumento primordial para el historiador. En ella se conserva una memoria inagotable de experiencias educativas, individuales y colectivas, se registran las vivencias de los diversos actores que participaron en éstas. Se da voz tanto a las iniciativas gubernamentales como a las sociales. También se describen momentos de la vida escolar que sirvieron para la reflexionar, sistematizar y formular nuevas propuestas educativas.
En el mismo sentido, los libros de texto son una fuente para el examen de la vida escolar. No sólo porque se transformó en un instrumento privilegiado para la difusión de una concepción del mundo, de la representación del mundo que se deseaba, sino además porque convirtió en el recurso didáctico fundamental para la práctica de la escritura y la lectura. Fue un vehículo que por sus características físicas y de diseño transformó el espacio físico de la escuela, en particular el salón de clases, los ritmos y la disciplina escolar marcando los tiempos de la lectura para transitar de una lectura en voz alta hacia una lectura en voz baja, así como de una lectura colectiva basada en la memorización a una individual y reflexiva.
La cultura material sin duda constituye una herramienta privilegiada para la reconstrucción de la vida escolar. Como señalan Quintanilla y Galván, la historia de la educación ha recurrido poco al uso de esta fuente. Pero sus potencialidades son enormes porque gabinetes, laboratorios, museos, bibliotecas, bancos, sillas, mesas, pizarrones, relojes, juguetes y edificios escolares ilustran una parte de los procesos educativos, de las transformaciones que se suscitaron en el interior de la institución educativa, de la lenta y paulatina construcción de la escuela como espacio privilegiado de socialización.
Por último, un material rico y variado para examinar la vida cotidiana lo proporciona la literatura. Por medio de ella puede rastrearse valores, ideas, actitudes, sentimientos, usos y comportamientos, las interacciones diarias y regulares de los actores en sus actividades escolares. Además proporciona información de las formas de comunicación, de aprehender el lenguaje y las percepciones en torno a la vida escolar, los ritmos con que se configuro la vida educativa.
Ficción e historia de la vida escolar
Para hacer más comprensible el examen de la producción historiográfica y de los estudios históricos se destacan las aportaciones de un material que el historiador puede utilizar para reconstruir la vida escolar. Se examinan una serie de trabajos que ofrecen fragmentos de ella y tienen la virtud tanto de ser fuentes primarias como contribuciones historiográficas, al menos aquí se le reconoce esta calidad. Estos trabajos son obras literarias y memorias fundamentalmente. Conviene aclarar que no se trata de un recorrido exhaustivo de cada uno de los estudios históricos que se han producido, en especial en las últimas tres décadas, sino de ilustrar con algunos ejemplos cómo y quienes han examinado distintas facetas de la vida escolar durante el siglo XIX.
Quizá uno de los autores más prolíficos en presentar cuadros cotidianos acerca de la vida escolar fue JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI, quien además de describir la vida cotidiana de la sociedad mexicana, ofreció múltiples y vívidos bocetos de la educación que se inculcaba a finales de la época colonial y principios de la vida independiente. Es posible imaginar mediante ellos la transición mental y social que representó el paso de una educación privada, que se impartía en la familia y en el hogar con preceptores contratados por los padres o los tutores, a una educación pública, la cual se empezó a proporcionar en locales separados de esos ámbitos privados, es decir, en espacios públicos con maestros contratados y regulados por autoridades civiles o aún religiosas. Esos fragmentos son algunas de las primeras señales de la secularización en el terreno educativo.
Fernández de Lizardi no solamente describe sus recuerdos y experiencias personales, sino también presenta reflexiones en torno a la función y la importancia que la educación fue adquiriendo tanto en el ámbito privado como público, los fines y las metas que pretendían alcanzarse con ella, así como los métodos pedagógicos más adecuados para cumplir con los propósitos encomendados. En su obra, El Periquillo Sarniento, Fernández muestra el recorrido escolar de su personaje principal durante su infancia. Mediante éste se revelan algunas dimensiones de la vida escolar y de sus principales actores.
Con el tono moralizador que imprime a sus obras, destaca en primer lugar a uno de los protagonistas primordiales de la vida escolar, el preceptor. Para fines comparativos presenta a tres preceptores que con sus virtudes y defectos van configurando el "tipo ideal" de maestro, cuya misión era garantizar la formación moral y social de los infantes. Un dato revelador es que gran parte de las iniciativas educativas provinieron inicialmente de individuos que, por diversas circunstancias y motivaciones, abrieron establecimientos educativos en sus casas, acondicionando un local para ofrecer sus servicios a padres y tutores que deseaban educar a sus niños y niñas fuera del espacio estrictamente familiar. Esto hecho resulta de suma importancia para comprender los procesos de construcción de la escuela y de la vida escolar tanto física como socialmente.
En esta obra Fernández de Lizardi proporciona indicios para comprender y explicar los modos en que la escuela cumplió con una de sus funciones primordiales, la de la socialización, en una doble dirección: no sólo porque en él se reunían varios infantes con trayectorias sociales y culturales diversas, lo que haría presumir en sus comienzos el papel de movilidad social tenía, sino porque al convertirse en un recinto donde se compartían disciplinas, órdenes, prácticas pedagógicas, contenidos formales e informales de conocimientos, formas específicas para transmitirlos, producía los actores educativos que al apropiarse de ese mundo, inventaban y reproducían la vida y, por añadidura, la institución escolar. Así, un mérito del autor fue su sensibilidad para captar a algunas de las facetas de la vida cotidiana escolar.
De igual modo, Fernández de Lizardi en su obra La Quijotita y su prima, presenta con mayor detalle aspectos de la vida escolar. Entre los objetivos que de su novela está mostrar de forma explícita los problemas, los defectos y los fines que perseguían la educación colonial y la necesidad de sustituirla por una educación ilustrada, práctica y útil con el propósito de formar un nuevo tipo de individuo. Con este afán, presenta una diversidad y riqueza de pasajes cotidianos de la escuela y de sus actores. También ilustra la continua tensión entre la educación familiar, privada, y la educación "pública", ofrecida en espacios distintos al hogar. Hace, por lo tanto, una defensa de la educación como mecanismo primordial de socialización de la infancia, especialmente de las niñas.
En este sentido, no puede pasar desapercibida la idea misma de la escuela como casas de enseñanza, representándose a la primera como una continuación del hogar. Este era el lugar donde se inculcaban las primeras impresiones morales, mientras que aquella reforzaba valores, creencias, actitudes e ideas y se aprendían conocimientos útiles para la vida. Al parecer, la intención de Fernández fue resaltar, por una parte, las tensiones y las resistencias que provocaba la aparición de un nuevo espacio de convivencia social y, por la otra, las posibilidades de complementariedad entre la escuela y la familia. Sin embargo, no deja de presentar sus dudas y sus críticas a la escuela, sobre todo, en cuanto a la orden y la disciplina interna que imperaban en esta.
Por ejemplo, dio cuenta de la jornada escolar, la cual tenía una duración de cuatro horas en la mañana y tres en la tarde. La extensión de la jornada estaba determinada "por costumbre o por necesidad o por ignorancia" de los maestros y maestras. Fernández de Lizardi, en voz de uno de sus personajes, la juzgaba imprudente porque provocaba daños en la salud de los menores, según lo habían demostrado los médicos y los "documentistas sensatos". De esta manera, sugiere que las condiciones físicas de los establecimientos educativos no eran las deseables al señalar que éstos no sólo eran lugares para la formación moral sino también para el fortalecimiento del cuerpo porque con ello se mantenía el "espíritu tranquilo". Especialmente dirigió sus críticas contra los castigos corporales por estimarlos ineficaces como medio de corrección, produciendo, en cambio, seres embrutecidos y envilecidos. Los castigos que se aplicaban a los y las menores se hacían bajo el principio de que "la letra con sangre entra".
Al describir los resquicios de la vida escolar, destacó los tipos de planteles educativos, entre ellas las escuelas de las amigas y las escuelas particulares, comparándolas para precisar las ventajas que se obtenían de una escuela bien organizada y con un preceptor o preceptora bien preparados. Con ello, posibilitó conocer parte del mobiliario y del material que se utilizaba en las actividades escolares. Por ejemplo, el uso de la palmeta para castigar a quien observaba mala conducta o no demostraba aplicación, o el empleo de las agujas o el dedal para las clases de bordado, que en ocasiones servía para corregir la falta de talento de las menores. O los métodos pedagógicos que se basaban en la memorización y no en la comprensión, así como el manejo del texto escolar, en este caso del Catecismo del Padre Ripalda, eje de la educación moral y religiosa durante gran parte del siglo XIX.
Sin duda alguna, un factor esencial en la institución educativa lo configuró la demostración de los conocimientos y las habilidades adquiridas. Los exámenes y los rituales que los acompañaban eran puentes de unión entre el espacio familiar y el espacio escolar, porque garantizaban la participación de los padres de familia en el acto educativo y contribuían a eliminar las resistencias ante la escuela. Fernández de Lizardi era consciente de la importancia que tenían unos y otros y así lo hizo notar en su obra. Tampoco pasó por alto la importancia de los juegos escolares y los tiempos para el descanso que, aunque todavía no estaban plenamente regulados porque dependían de la voluntad del preceptor otorgándose como un premio y a condición de que concluyeran sus actividades académicas, aparecían como elemento constitutivo de la vida escolar.
En cuanto a la importancia de la enseñanza formal, el aprendizaje de la lectura y la escritura estaban en primer orden. Según resaltaba uno de los personajes, aprender a leer y escribir no sólo tenía el propósito de "cultivar los talentos naturales" y "los sanos principios", sino servir de instrumento para asimilar los ritmos y los tiempos regulares que implicaba una buena lectura y una adecuada redacción, así como la disciplina que requería el uso de la pluma y el cuaderno.
Otro aspecto que llamó la atención de Fernández de Lizardi fue la necesidad de contar con un orden dentro de la escuela, sobre todo en relación con quienes asistían a ella. Si bien reconocía la utilidad de que los niños y las niñas concurrieran, por separado y en locales diferentes, a los planteles escolares no dejaba de advertir la necesidad de establecer una vigilancia y un control adecuado porque reunir a niños o niñas de diversos orígenes sociales podía ser pernicioso dada la influencia nociva que podían ejercer los viciosos y de malas pasiones sobre el resto de sus compañeros, lo cual era una muestra de que en las instituciones educativas, en especial de primeras letras, se habían convertido en una espacio de socialización fundamental. Sostenía que las escuelas no podían atender a un numeroso grupo de niños y niñas sin provocar efectos indeseables en su mente y en su cuerpo, particularmente en esa etapa donde la emulación era un factor primordial para la formación del carácter moral e intelectual de unos y otras. Esto explica porque sus dudas acerca de la enseñanza que se impartía en las escuelas de amigas y en algunas de las escuelas particulares, establecidas por preceptoras y preceptores en sus propios domicilios.
Por último, las numerosas observaciones que realizó el autor acerca de la infancia y de la educación que debía recibir constituyen un conjunto de reflexiones valiosas para dilucidar las relaciones que se fueron entretejiendo entre el imaginario social de los infantes y la construcción de la escuela. Fueron consideraciones con un referente en observaciones y experiencias directas que el historiador puede emplear como indicios de las representaciones y de la vida escolar de la época.
GUILLERMO PRIETO forma parte de los escritores del siglo XIX que ofrecen cuadros de la vida cotidiana escolar. Sus evocaciones de la infancia, así como del su paso por distintos establecimientos educativos son una excelente fuente para la comprensión e interpretación de la vida escolar. Su obra Memorias de mis tiempos es, de múltiples maneras, un puente entre los años finales del periodo colonial y el México del siglo XIX. En este sentido, su texto posibilita reconocer las rupturas y las líneas de continuidad de los procesos educativos entre una y otra época, en especial de la conformación de la vida cotidiana escolar.
La percepción que ofrece Prieto de las escuelas es el pleno reconocimiento que éstas habían adquirido dentro del imaginario social. Sus referencias a ellas, convertidas en espacios públicos porque a ellas concurrían diferentes grupos sociales, los cuales son representados en este caso por él, su hermano, sus primos y un "competente número de criados, aun cuando predominaran las establecidas en lugares privados y por profesores particulares, dan cuenta de la función que desempeñaban dentro del mundo urbano.
La percepción de Prieto acerca de las escuelas es el pleno reconocimiento que éstas habían adquirido dentro del imaginario social. Las referencias a ellas fueron en función de haberse convertido en espacios públicos a los que concurrían diferentes grupos sociales, representados en este caso por él, su hermano, sus primos y un "competente número de criados, aun cuando predominaran las establecidas en lugares privados y por profesores particulares y dan cuenta de la función que desempeñaban dentro del mundo urbano. No discute ya su utilidad ni los posibles vicios o defectos que pudieran tener al reunir contingentes de niños y niñas, sino la posibilidad de elegir entre unas y otras en relación con la calidad de los conocimientos que se impartían, así como de los preceptores que las dirigían.
El grado de organización interna logrado es otra manifestación de implantación social que había alcanzado la institución educativa.
Prieto insinúa que en un gran número de escuelas el plan de estudios era prácticamente el mismo. Se enseñaba a leer, escribir, las cuatro reglas de cuentas "y un poco más", así como la doctrina cristiana y, en algunas de ellas, se agregaban clases de dibujo. El empleo del sistema de castigos y premios era pieza central del orden y la disciplina que requería la institución escolar. La palmeta, el cepo y el encierro eran las sanciones más comunes. También refiere las características, la distribución de los espacios y los usos de la escuela a la que asistía.
Esta se dividía en dos secciones, la sala de lectura y el salón de escritura y explicaciones. La descripción de ambas secciones es una excelente muestra del orden físico y simbólico de los espacios, de las funciones específicas que se les asignaban, de las interacciones que pretendían inducir la dinámica de trabajo y de los métodos de enseñanza. Por ejemplo, en la primera sección, existían gradas desde los cuales los alumnos recibían la clase que impartía un maestro especializado en ella. Esta distribución tenía el propósito de facilitar la vigilancia y la observación de cada uno de los alumnos, pero al mismo tiempo era un desafío para los alumnos, porque estos desarrollaban una estrategia para evitar la supervisión del maestro y con ello tener tiempo para sus juegos infantiles. También la sala de escritura proyectaba un orden y una disciplina con fines específicos. Se adornaba con "buenas pinturas al fresco" y contaba con papeleras corridas con grabados y encima de ellas se colocaban tinteros fijos. Antes de ingresar, había una pequeña antesala donde se localizaba un pizarrón para los ejercicios de aritmética y en el fondo del salón destacaba una mesa desde la cual el profesor impartía su clase. Encima de ella sobresalía un "uña de plomo" para "tajar las plumas de ave, porque entonces no se conocían las de acero". Para la conservación del orden, el profesor se auxiliaba de otros alumnos y ayudantes. Una característica de este espacio era la imagen de orden perfecto. El equilibrio interior era una condición imprescindible de la vida escolar. El silencio en la sala de escritura se prolongaba en cada objeto, en cada elemento físico que configuraba el lugar y el tiempo educativo. El mobiliario escolar tenía una función y un momento para usarse: pautas y plumas de palo, botellones de tinta en mesas, estantes para el repuesto de papel, plumas y gises.
La distribución del tiempo, de los espacios, de las tareas se dibuja dentro de la vida escolar. Por ejemplo, a las "once de la mañana en punto", al terminar las sesiones de actividades prácticas todo se disponía para "escuchar las explicaciones" del profesor y para esto, era preciso redistribuir las tareas de cada uno de los encargados de la vigilancia: el profesor en su asiento, mientras que sus auxiliares al centro y en la retaguardia. La exposición verbal entonces se convertía en el eje de las prácticas pedagógicas haciendo referencia a temas de moral, urbanidad y de buenas maneras. Era un aspecto fundamental en la transmisión de valores, ideas, creencias y comportamientos que se rescataban de la vida social mediante "reminiscencias de los cuentos, el atractivo de los juegos, los usos y costumbres dominantes".
Las otras dimensiones se hacen más nítidas a la luz de la comprensión de la importancia del tiempo escolar. Después de esta actividad se enlazaba con naturalidad, tal como sucedía con el tiempo del catecismo y del recogimiento, el recreo apropiándose de los juegos infantiles para transformarlos en elementos socializadores de la escuela: la pelota, los huesos de chabacano, el trompo, el diablo y la monja. Después, el retorno al espacio educativo por excelencia, el salón de clases y, finalmente, el anuncio de la terminación de la jornada escolar hacia las cinco de la tarde. En este sentido, Prieto no desestimó la vida y la enseñanza familiares como parte fundamental de la educación, pero delimitó el espacio privado y el espacio público, el ámbito de la conciencia individual y de la cosa pública. Los ámbitos de la escuela y de la familia están trazados: ésta se encargaba esencialmente de la vida en el hogar, bajo la dirección de los gobernantes de la conciencia, es decir, los padres.
Un aspecto central en el proceso de construcción de la escuela y que, al mismo tiempo, marcaba el grado de secularización de la vida social fue la apropiación por parte de la escuela del mundo simbólico que significaban los rituales y los fiestas religiosas, de su conversión en rituales escolares y de la presencia pública de la institución educativa. También representaban el afianzamiento no sólo de la vida escolar y de su consolidación en la sociedad. Por eso, la importancia de la participación de la escuela en los actos públicos. Prieto hace referencia a la presencia de las escuelas municipales y gratuitas a una de las celebraciones más representativas del calendario religioso en el México decimonónico, las fiestas del Corpus. Unas y otras ocupaban un lugar sobresaliente al lado de las parroquias, las cofradías, "recuerdos de los antiguos gremios", los hospicianos, los Padres Franciscanos, los Dominicos, etcétera, "todo bajo los estandartes, con sus velas de arandela encendidas, sus mosqueteros los más y algunos sus flores".
De igual manera ANTONIO GARCÍA CUBAS, en sus memorias destacó la trascendencia y la solemnidad que revestían tales celebraciones para la vida social. García Cubas señala que esa festividad alcanzó su pleno apogeo a mediados del siglo y en ellas prácticamente participaba todo el vecindario de la ciudad de México, así como de los pueblos vecinos. En particular, hacía notar que "Los escolares abandonaban las aulas llenos de alborozo como que sólo soñaban en los goces que la próxima festividad les prometía,...". El orden mismo con el que se organizaba en la procesión marcaba la jerarquía social de cada una de las instituciones sociales y educativas: educandas de la Hermanas de la Caridad, los bedeles de la Universidad, los colegios nacionales, los Rectores de éstos, el Claustro de Doctores y las escuelas municipales.
De igual manera, José María Rivera narra, con fina ironía para hacer comprensible su moraleja, fragmentos de la vida escolar en su papel de pedagogo o escuelero, como se les denomina a los maestros entre los sectores populares. Su relato se refiere a una escuela de un pueblo con una población indígena y los usos particulares que se desarrollaban en torno a la escuela. En especial destaca la participación de la institución educativa en los rituales escolares y sociales, de fuerte inspiración religiosa. Dos festividades destaca: la primera de carácter religioso como la era el primer viernes de cuaresma y la segunda, de naturaleza cívica, el 16 de septiembre.
En el primer caso, indicaba que su escuela participaba en la procesión mediante su "ejército de alumnos" formado de setenta voces que "chillaban desaforadamente las alabanzas a la santa cruz" y que atravesaban las principales calles y la plaza, atrayendo la atención de los vecinos y transeúntes, a cuya cabeza se colocaba el "santo madero de nuestra redención". La participación de la escuela no se reducía a esta procesión, sino que antes de realizarla tenían que concurrir obligatoriamente a escuchar el sermón en la parroquia "con mi falange infantil". La influencia de la atmósfera religiosa se extendía al interior de la escuela porque, según refiere el ilustre pedagogo, cada alumno llegaba con su ramo de flores y su vela respectiva para la Santísima Virgen.
En el segundo caso, en esta fecha se realizaban los exámenes públicos, "balance intelectual en que precisamente se iba a conocer mi quiebra". Según Rivera éstos se preparaban con, al menos, dos meses de anticipación y se elegían para tal propósito a los alumnos que debían ser examinados, "derecho mío y de todo pedagogo". Las materias en las que eran examinados eran en escritura, lectura y doctrina fundamentalmente. Resulta curioso la idea que tenía de estos certámenes, "las más veces es un sainete donde hay su director que mueve las pitas; actores que representan lo que no son; una autoridad que autorice lo bueno y lo que no lo es; y un público que... ¡siempre es público!".
En la práctica, este ritual era fundamental en las posibilidades de aceptación y apropiación de la escuela por parte de la sociedad. Precisamente, Rivera describe que ante el fracaso de sus alumnos debido a que no fueron capaces de contestar adecuadamente las preguntas planteadas por los integrantes del jurado, los cuales representaban a la sociedad en su conjunto, el maestro fue despedido y la escuela cerrada porque los vecinos no estaban dispuestos a mantener un plantel escolar que no tenía los resultados deseados. Conviene hacer notar, como un argumento ficticio para ilustrar la importancia de los certámenes públicos dentro del imaginario social, la trayectoria personal del maestro que recorrió varias escuelas de pueblos y comunidades rurales hasta lograr la plena aceptación y reconocimiento de los padres de familia por los logros escolares obtenidos por sus hijos. Al final de su itinerario y como fiel practicante de esa profesión digna y de "noble ministerio", demostró el valor que la población le otorgaba a las exhibiciones públicas de la institución educativa. En suma, la trascendencia de hacer presente y visible la escuela como parte de la vida social en su conjunto.
CONCEPCIÓN LOMBARDO DE MIRAMÓN en su monumental obra, Memorias, traza desde su experiencia personal distintas facetas de la vida escolar en los años cuarenta del siglo XIX. Destaca las trayectorias escolares de cada uno de sus hermanas, las cuales asistieron a un colegio particular, mientras que ella fue inscrita en una escuela de amigas, "nombre que dan en México a las escuelas primarias" porque la posición social de su madre y de "sus deberes de sociedad numerosos" le impedían atender directamente su instrucción, Con candor, apunta que esa determinación se tomó por su carácter travieso, decidiendo que "el rigor que empleaban aquellas mujeres", es decir, sus preceptoras podrían corregirla, bajo el principio y el método educativo de que "la letra con sangre entra".
Desde sus primeros recuerdos, Lombardo expone algunos de los rasgos constitutivos de la vida escolar: maestras enérgicas, que tenían la autoridad para imponer la disciplina y el orden más severo con la autorización de los padres o de los tutores, el local escolar ocupando parte de un espacio público como lo era el Hospital de Terceros. Un rasgo particular que destaca la autora era la presencia y la severidad de la directora de la escuela. Las percepciones de Lombardo acerca de ella no dejan duda de su conducta y de sus valores: reía o perdonaba, "ignorante en grado superlativo, no era capaz de hacernos la más pequeña explicación de aquello que nos enseñaba".
Al contrario de las impresiones de Prieto, Concepción Lombardo, lamentaba la poca instrucción que se les impartía, la cual se reducía a la lectura, el catecismo del Padre Ripalda y al Fleury, los cuales se aprendían, como ya lo había hecho notar Fernández de Lizardi, a la memorización sin que fuera precedido de cualquier explicación. En cambio, admitía que las labores manuales eran notables y de "gran mérito". El empleo de los castigos era común e iban desde los gritos y llamadas de atención hasta castigos corporales, "lluvia de dedalazos en nuestras pobres cabezas". Los castigos estaban en relación con el tipo de infracción. Por ejemplo, no aprender la lección significaba hacerse acreedor a las "orejas de burro", "especie de casquete de fieltro color de chocolate, que nos cubría toda la cabeza hasta la frente, a los lados dos grandes orejas que nos caían hasta los hombros y por delante un par de ojos de paño negro y una lengua colorada que nos tocaba las narices".
Ese castigo se acompañaba de una exhibición pública porque a quien se le imponía se le colocaba en una silla y las ponían en el balcón de casa en dirección a una calle que "era muy frecuentada". O bien, cuando eran infracciones más graves, como el robo de carretes de hilo y madejas de seda, material indispensable para las labores manuales, entonces se decretaba el "castigo de castigos" que consistía en sentar a las infractoras en una silla muy alta en medio del cuarto "y ponerles en la cabeza un tompeate cubierto con grandes plumas de pollo y de otras volátiles que formaban una gran pirámide en la cabeza; pero lo más terrible de este castigo, era que amarraban con una cinta el objeto robado en aquel ridículo sombrero, y en la espalda de la culpable, fijaban un cartelón de papel adonde estaban escritas estas palabras: 'Por ladrona'".
Otro faceta de la vida en la escuela era la jornada escolar, la cual se iniciaba a los ocho de la mañana y la primera actividad era arrodillarse y recitar "el Bendito la oración dominical, el Ave María y la Salve". El uso de las sillas estaba prohibido porque se reservaban para las visitas y para adornar el salón de clase. De esta manera, gran parte de su estancia en la escuela era sobre el suelo, al menos tres horas, con intervalos cortos para ponerse de pie. Una modalidad en esa escuela eran los almuerzos, los cuales se servían a las once y media de la mañana en "mesitas pequeñas y muy bajas, pues también comíamos en el suelo". Una vez concluida esta actividad se daba tiempo para "las recreaciones" como un premio cuando habían observado buena conducta y habían aprendido la lección y consistían en formar una rueda sentadas en el suelo y "en jugar juegos de prendas". A las cuatro de la tarde finalizaban las actividades escolares.
La configuración del espacio escolar fue un proceso paulatino. La articulación de los elementos esenciales está ya presentes tal como lo muestran los autores antes citados. Sin embargo, un rasgo distintivo de la vida escolar del siglo XIX será la diversidad de planteles escolares. Es cierto que el mundo urbano es su entorno natural, pero el esfuerzo por extenderla a otros ámbitos de la vida social fue una realidad permanente. Así, haciendas, pueblos y comunidades también albergaban y se esforzaban por dar un lugar en su vida cotidiana. Algunos ejemplos pueden ofrecerse a este respecto. MADAME CALDERÓN DE LA BARCA en sus memorias de su visita a México ofrece distintas facetas de la vida escolar en haciendas y pueblos.
En un recorrido de los alrededores de la ciudad de México, cerca de San Juan Teotihuacán, uno de los motivos de orgullo de sus habitantes eran el mesón, la alameda y la escuela. Calderón de la Barca llamó la atención de las condiciones físicas del establecimiento escolar y dejó constancia de lo que ahí vio y percibió. Reconoce que su interés por visitar la escuela se originó "por el ruido y también porque las puertas abiertas de par en par, invitaban a hacerlo". Su primera impresión fue el aspecto que presentaba el maestro, "un pobre joven y pálido y en harapos, con aspecto cansado y medio aturdido al parecer por aquel bullicio, pero muy dedicado a su tarea". También hizo notar la asistencia de niños que aprendían a deletrear "en el texto de unas viejas leyes del Congreso". A manera de pizarrón se utilizaban las paredes, en las cuales se veían escritas "algunas máximas morales, (que) denunciaban una ortografía demasiado libre", lo que fue advertido al profesor.
En otro momento, refiere que en el pueblo de San Ángel tuvo la oportunidad de conocer una escuela de niños, la cual ocupaba una pieza de la casa de un prominente miembro de la sociedad mexicana y que era atendida por una maestra. El registro de Calderón de la Barca tenía el propósito de destacar los rasgos personales de la maestra, quien se encontraba "paseándose de arriba abajo silabario en mano, con un deshabillé no muy elegante, y arrastrando por el piso su larga y suelta cabellera que recogía cada vez que daba vuelta, a la manera de un traje de Corte...".
Por su parte, García Cubas dedicó un apartado completo de su obra a examinar la instrucción pública en la ciudad de México. Uno de los aspectos más atractivos de la información que el autor proporciona es la elaboración y consolidación de los rituales como parte de la vida y la cultura escolares en la educación profesional y que con el tiempo se difundirían en todos los niveles educativos. Apuntaba que, por ejemplo, se habían suprimido algunos "usos escolares", tales como los vejámenes, "actos que precedían a la toma de posesión de algún grado o prebenda" y que servían para ridiculizar o humillar a los estudiantes. En su lugar se habían introducido otros, como la distribución de premios, en cuyo acto competían todos los colegios y la Universidad. La dotación de éstos iban acompañados de signos de distinción de acuerdo a los méritos que se habían alcanzado, así como a las trayectorias escolares de los estudiantes, todo lo cual permitía unificar e identificar a cada una de las profesiones.
Asimismo, brinda importantes noticias de los regímenes internos que regían a las instituciones de enseñanza superior, de las jerarquías académicas y de los engranajes que hacían funcionar el orden y la disciplina escolar. Esto permite visualizar algunos de los dispositivos mentales y sociales que se ponían en operación para articular las normas y las disposiciones legales con las prácticas cotidianas de los actores educativos, es decir, los modos en que éstos asimilan a aquella en el mundo cotidiano de la institución educativa. De igual manera, se muestra en toda su extensión el papel de los espacios al interior de la escuela, la importancia de la distribución de los horarios, del calendario escolar, de los exámenes, en suma, de la organización interna. El mobiliario escolar y toda su carga de representaciones y símbolos toman su lugar dentro de la construcción del imaginario educativo.
Pero García Cubas no sólo se refirió a estas instituciones de la alta cultura, sino también a aquellas que estaban en proceso de consolidación. Las escuelas de instrucción elemental o de primeras letras: las escuelas de amiga, las escuelas primarias y las escuelas particulares. De la primera señalaba, haciendo un esfuerzo "para reconstruir escenas reales", que él había asistido a una escuela de amiga, situada en una casa de vecindad, "en la más recóndita vivienda de esa casa", en compañía de su hermana. Una de las descripciones más constantes no sólo de García Cubas, sino de todos los autores aquí citados, fueron sus impresiones sobre su maestra o maestro, según el caso. Enseguida relata algunos elementos que conformaban el espacio físico, tales como una estampa de la Purísima Concepción y unas pantallas de cristal que adornaban las paredes de "aquella sala". El mobiliario escolar se reducía a dos rinconeras de cubierta sobre los cuales se colocaban "nichos de vidrio con imágenes de santos y una butaca de cuero y cuarenta o cincuenta sillas de variadas formas y abigarrados colores".
En cuanto al método de enseñanza, señalaba que era individual, absolutamente sintético e iba del conocimiento de las letras a la formación de las sílabas, palabras y oraciones. Cada uno de los alumnos era llamado por la maestra, quienes ponían sobre las rodillas de ésta el silabario del "Niño Jesús". Posteriormente, nombraban los caracteres y los iban señalando con un puntero de popote o de vidrio que era rematado con un "monito negro".
El aprendizaje y la culminación del silabario era la señal para la presentación pública de los alumnos, del maestro y de la escuela, esto es, el momento de los exámenes. Para ello se establecía un ritual escolar, el Vitor, que reproducía en gran medida los rituales religiosos. Por ejemplo, sí se trataba de un alumno acomodado, además del traje para lo ocasión, se preparaban bocadillos que se repartían entre los niños y las niñas, en una bandeja, mientras que en otra se depositaba "muy enflorado y cubierto de listones de raso el silabario usado por el victorioso". Se adornaba el local escolar con arcos formados de pañuelos y farolillos colgados de los dinteles y ventanas. El acto se revestía de carácter público y de solemnidad su inspiración religiosa:

Como a las cuatro de la tarde se organizaba el vítor con la muchachería, presidido por el agasajado niño, a cuyo lado iba la maestra y el portador del estandarte que por escudo tenía el enflorado silabario. El vítor recorría los patios de la cada de vecindad, cuyos improvisados adornos no bastaban para destruir su mal aspecto, y en todo el tiempo que duraba el paseo, presenciado por los vecinos, no cesaba la turba infantil de aclamar a su feliz compañero con los gritos de ¡viva! ¡viva! que acabó la cartilla. Terminada la procesión y ya reunidos todos los niños en la sala de la Amiga, echase por alto, como en la Nochebuena, la colación... Los rodeos, puchas y soletas, los polvorones y pericitas,.., todos se adornaban con banderillas de papel picado, y se distribuían a mano, sin excluirse a los vecinos que a bien tenían presenciar el acto.
Un dato interesante de la escuela de amiga a la que concurrió García Cubas fue que era mixta, lo que creaba situaciones indeseables para la maestra. La convivencia que esta circunstancia producía, obligaba a diferenciar ciertos saberes para niños y niñas, enfatizando para éstas últimas para las labores manuales. Los útiles que empleaban para esas tareas eran pequeños pedazos de cañamazo y bastidores, sobre los cuales se bordada, con estambre o seda, "los caracteres del abecedario y algunas figurillas".
Otro tipo de escuela a la que asistió este autor fue una escuela primaria, "la Escuela del Padre Zapata quien gozaba fama de ser estrictamente severo". Ahí la los elementos de la escuela estaban presentes con una organización más formal. Por principio de cuentas el método de enseñanza era el sistema Lancaster o de enseñanza mutua, "con sus añadiduras, a las que somos tan inclinados los mexicanos". La jornada escolar se iniciaba a las ocho de la mañana. Antes de ingresar a la sala de clases, los alumnos se formaban "en un largo y estrecho corredor", donde eran supervisados por un "inspector general", quien pasaba revista de aseo, armado de una campanilla "a cuyos toques eran ejecutados los diversos actos de la escuela". La disciplina era una condición y un elemento primordial de la vida escolar. Se imponía mediante la campanilla que regulaba los tiempos y los ritmos de las actividades a desarrollar. La estructura casi militar era un signo distintivo de ese plantel escolar por lo que los castigos físicos eran una pieza central. La distribución espacial en el salón de clases estaba determinada por clases o grados de escolares.
La primera actividad era arrodillarse para elevar "sus preces al Ser Supremo". Una muestra de la trascendencia que tenía el orden y la disciplina era que, al sonido de la campana, los menores pasaban la pierna derecha entre la banca y la mesa, luego la izquierda y, finalmente, ponían las manos, primero en las rodillas y luego en las mesas. Enseguida se iniciaban las clases de escritura, a las que seguían las de lectura, las cuales requerían de una distribución del espacio particular. Esto es, se separaba a los niños por grupos en los pasillos, se formaban en semicírculos y en cuyo centro se colocaban los monitores o decuriones, "quienes con un puntero señalaban las sílabas, las palabras u oraciones. Al concluir los ejercicios, se impartían las clases de aritmética, "pizarrón los principiantes y en pizarra los adelantados". Además se disponía de un cuarto de hora para dedicarlo a la Doctrina cristiana "o sea del Catecismo del Padre Ripalda". Hacia las cinco de la tarde culminaban las actividades escolares. En este orden no podían faltar los castigos más severos, los cuales estaban en correspondencia con la gravedad de la falta cometida.
Entre los más comunes, según anota García Cubas, se hallaban el arrodillar a los alumnos y ponerlos en cruz obligándolos a hincarse sobre el borde de una regla y a sostener en las manos en las manos piedras pesadas. Cuando se imponía el castigo público se hincaba al infractor, colocándole en el pecho una planchuela de madera en la que se inscribían frases como: por modorro, por pleitista, por desaseado, etcétera. También se castigaba con el encierro en el calabozo, el saco, "castigo marcado para las faltas graves, y que "consistía en meter en aquél al delincuente y suspenderlo por medio de unos cordeles del techo de la escuela" o el de la caravana, "aplicado a varios niños que juntos habían cometido la misma falta, y al efecto póngaseles un yugo de madera, del que tiraban todos los de la escuela", entre otros. García Cubas señalaba que los castigos más severos fueron quedando en desuso.
El mobiliario escolar se componía de largas y estrechas mesas, "con sus bancas adheridas y simétricamente colocadas, una detrás de otra", dejando entre sus extremidades y las respectivas paredes de la sala, un espacio de una vara". Según las edades o las clases, las mesas eran bajas o altas, tenían cubiertas inclinadas u horizontales, las cuales según fuera el caso, formaban estrechas y largas cajillas de uno a otro extremo, cubiertas de arena fina, que se emparejaban con un instrumento de madera, papel , cartones que tenían inscrito muestras de letras que debían copiar, embutidos de tinteros de plomo, llenos de tinta de huizache y caparrosa, pizarras, mesa para el de maestro que se colocaba encima de una "elevada plataforma", carpeta de bayeta, libros de texto, hojas de papel, manojos de plumas de ave y la imprescindible palmeta, "símbolo de la autoridad escolar". Los libros de texto "generalmente admitidos" eran El Amigo de los Niños, traducido por Escolquis, el Libro Segundo de la Academia, el Simón de Nantua o el Mercader Forastero, el Catecismo histórico del Abate Fleury, Las fábulas de Samaniego o las de Iriarte.
En resumen, García Cubas muestra múltiples facetas de la vida escolar durante gran parte del siglo XIX. Sus cuadros cotidianos sin duda constituyen una fuente primaria insustituible.
A finales del siglo XIX, la implantación de la escuela era una realidad, sobre todo en el mundo urbano. Las crónicas de la vida escolar continuaron registrándose en la literatura de la época, así como en artículos periodísticos que trazaban diversos aspectos de ésta. Entre ellas se encuentran los cuentos y crónicas de uno de los más influyentes escritores de la época, ÁNGEL DE CAMPO, Micrós, quien mediante estos recursos detalla fragmentos reveladores de la vida escolar.
En varios de sus cuentos más notables, Ángel de Campo hace referencia al ambiente escolar que privaba en su época, es decir, entre 1885 y 1908. Uno de ellos fue !Pobre Viejo!, donde narra parte de su vida escolar infantil, sus experiencias y su percepción de la escuela. El principal protagonista del cuento destaca la figura y la presencia del maestro, quien, según explicaba, se había esforzado durante muchos años por formar las futuras generaciones. El abandono y la soledad al final de la vida del maestro la contrastan con la vocación y la perseverancia que lo distinguieron como director de su Colegio de niños y nos introduce por el mundo escolar en que vivió. Describe las condiciones físicas del local, los métodos de enseñanza, las prácticas pedagógicas, los saberes que se impartían o de los que venían precedidos los alumnos, los textos escolares y el mobiliario escolar.
Al parecer pocas transformaciones había sufrido el espacio físico, si las juzgamos a luz de los cuadros que convidó Fernández de Lizardi, pero que tantas y especialmente habían ocurrido como espacio simbólico y social para configurar la escuela moderna. Aquí se esbozan algunas.
Sin duda la escuela de Ángel de Campo era un establecimiento particular que, como muchos otros, ocupaba un pequeño sitio de la vivienda del profesor. Notable era que el techo estaba lleno de pelotas de papel mascado. Las paredes seguían conservando su utilidad didáctica, con letreros y manchas de tinta morada, negra y roja, pero ahora también se agregaban mapas polvorientos, muestras de dibujo, el sistema métrico decimal y la insustituible imagen religiosa, el Corazón de Jesús acompañado de un reloj, símbolo de los nuevos tiempos educativos. En un lugar de la pieza, una plataforma pintada de negro, sobre la cual resaltaban la mesa del maestro, el tintero, la regla, las planas y los libros formando pilas. Frente a ella, dos filas de bancas y mesas, con sus tinteros de plomo, con sus respectivos candados en las tapas de las papeleras y "tantas letras grabadas con navaja de madera en la madera de los muebles.
El salón de clases convertido en un auténtico laboratorio educativo, con una actividad febril que lo mismo registraba los golpes de regla sobre la mesa, señal inequívoca del orden y la disciplina escolar, en tanto que alguien se empeñaba en rayar "concienzudamente el papel", otro se esforzaba en borrar cifras aritméticas del pizarrón y otro más, "tras el antifaz de los catecismos", entablaban una plática a tiempo que no faltaba quien ensayara la lectura en voz alta. Pero la actividad escolar se extendía a un mayor número de facetas del mundo y de la cultura escolar. Fuera del salón de clases, otros espacios se incorporaban al esfuerzo pedagógico con el fin de fijar otros tiempos y otras rutinas. La solicitud para atender funciones fisiológicas por parte de los alumnos pretendía, en realidad, modificar la dinámica que imponía el salón de clases.
El tiempo del juego infantil se intentaba sobreponer al tiempo escolar. La mordida de un pedazo de pan, contar las canicas o jugar con los huesos de chabacano, eran los recovecos que los niños imponían para salir de "aquella pieza estrecha, de aquellas durísimas bancas, donde colgaban los pies". La infancia estaba en el trasfondo del ambicioso proyecto educativo.
La amplitud del mundo infantil y sus manifestaciones pueden ilustrarse mediante un ejemplo:

¿Cuántas cosas habría en el bufete del señor Quiroz? Dicen que ahí guardaba todo lo que les quitaba a los niños; muchas canicas, membrillos mordidos, pedazos de charamusca, soldados de plomo, juguetes de madera, pinturas, caramelos, baleros, trompos; la teja de plomo que servía para jugar al piso, pliegos de papel de colores, para forrar libros y tapizar los cajones, armellas, ¡qué sé yo! Era un tesoro.
En efecto, la construcción de la escuela, cuya función principal era transformarse en parte de un engranaje de un proyecto civilizador más amplio, fue dilucidando sus instrumentos, sus propuestas y prácticas pedagógicas y produciendo los actores educativos que fueron moldeándola. A estas dimensiones de la vida escolar se refería Ángel de Campo cuando describió y sintetizó la labor que encarnaba el maestro, pilar fundamental de ese proyecto de metamorfosis social: amigo de la infancia, que descifra "el jeroglífico encerrado en las páginas del silabario", intérprete de la clave y de la frase que abría los horizontes de la vida y arrancaba al libro su riqueza, responsable de hacer germinar la semilla que habría de distinguir "al estúpido del hombre social, y sin embargo, es para todos un pobre viejo retrógrado a fuerza de enseñar ya nada puede aprender,
En los últimos veinte años, la historiografía de la educación ha diversificado sus líneas de investigación. Al mismo tiempo, se han enriquecido con novedosas fuentes que nutrido los enfoques, los métodos y las hipótesis de trabajo para abordarlas. El estudio de la vida escolar si bien no se ha constituido en un campo de investigación específico, sí se ha incorporado a las nuevas temáticas. Las preocupaciones surgidas del presente acerca de las realidades que día a día se construyen y reproducen son las que motivan nuevas preguntas y la necesidad de abrir un conjunto de preguntas sobre los procesos reales y concretos que configuran la vida escolar. Sus expresiones son múltiples y complejas y no resulta fácil situarlas o menos aún documentarlas.
En este sentido, considero que la literatura entendida en sentido amplio, esto es, la novela, la crónica, el cuento, las memorias, el artículo periodístico son material histórico de primera mano que evidentemente no suple sino complementa otras fuentes documentales. Es cierto que su empleo requiere de una crítica y un tratamiento riguroso, pero sería injusto su desdén cuando ofrece información acerca de los imaginarios sociales y educativos, de las prácticas pedagógicas, de los métodos de enseñanza, de los actores educativos, pero sobre todo de aspectos que otro tipo de fuentes no proporcionan en torno a lo cotidiano de la vida escolar. Aquí sólo se presentaron algunos ejemplos tanto de la información que ofrecen, así como de la utilidad para iluminar zonas oscuras acerca de la vida escolar.


EDUCACIÓN PÚBLICA SUPERIOR EN MÉXICO DURANTE EL SIGLO XIX
EL CONCEPTO DE EDUCACION SUPERIOR

Durante la época colonial los estudios menores o de "primeras letras" se impartieron en la casa del alumno con algún maestro contratado ex profeso o en escuelas de diversa índole (particulares, del clero secular y regular, del ayuntamiento o de sociedades filantrópicas en el último tercio del siglo XVIII), supervisadas en su mayoría por el cabildo civil, mediante el control que ejercía sobre el gremio de maestros.
Pero, fuese en la casa o en la escuela, los niños aprendían -además de la doctrina cristiana- los rudimentos para hablar, leer y escribir en latín, entre los cuatro y diez o doce años. Al dominar estos principios podían ingresar a los colegios, instituciones donde vivían y a veces se impartían los estudios mayores o de educación superior, comenzando por los cursos de gramática, cuyo propósito era mejorar y enriquecer los conocimientos adquiridos de latín.

A partir de entonces, los cursos y los exámenes se ganaban con certificados de asistencia; actos públicos en los que el estudiante sustentaba una tesis y respondía a las objeciones que le formularan y, en el caso de la licenciatura, con disertaciones preparadas en veinticuatro horas sobre puntos sacados a suerte de los textos clásicos. Las disputas públicas eran los ejercicios más frecuentes. En éstas los alumnos tenían que acreditar sus conocimientos y el manejo fluido del latín; su ingenio para imaginar y defender unas tesis con frecuencia originales o paradójicas, y en fin la agudeza mental necesaria para contradecir los argumentos de los profesores, condiscípulos y coopositores. Incluso, para estimular la continua intervención de catedráticos y alumnos en los actos públicos, la Universidad pagaba una propina a los debatientes .

En aquella época las instituciones de educación superior comprendían tres niveles no siempre diferenciados: la universidad, que otorgaba grados académicos de bachiller, licenciado, maestro y doctor; los colegios mayores, que tenían facultad de impartir cátedras para el otorgamiento de grados, y los colegios menores que preparaban a los estudiantes para el ingreso a los colegios mayores o a la universidad
. En la Nueva España, la Universidad de México, los colegios jesuitas y los seminarios conciliares se ocuparon en primer lugar como colegios menores y excepcionalmente fueron colegios mayores.

La Real y Pontificia Universidad de México
retuvo para sí durante casi todo el dominio colonial el monopolio en el otorgamiento de los grados académicos; los estudios que se realizaban en los colegios mayores novohispanos sólo tenían validez si los alumnos presentaban exámenes en ella y en ella se graduaban . Esto no significa que la Universidad determinara lo que se debía estudiar. "Cada institución educativa contaba con sus propios métodos, reglas y planes de enseñanza, los cuales dependían de la ideología y de las finalidades de cada uno de los establecimientos; la corporación universitaria... sólo otorgaba los grados previo examen de suficiencia" . Por eso, la relación de la universidad con los colegios novohispanos fue bastante libre.

Si quisiéramos reconstruir la trayectoria escolar de un alumno desde su ingreso al colegio menor hasta su salida de la universidad, tendríamos que su carrera se iniciaba entre los diez y los doce años. En los cursos de gramática, retórica y humanidades invertía de cuatro a cinco. Destinaba otros tres o cuatro para obtener el grado de bachiller en artes (grado menor) -que no sólo lo habilitaba para cierto ejercicio profesional, sino también era un prerrequisito para inscribirse en las facultades mayores- y, entre cuatro y cinco para conseguir el de licenciado (grado mayor), si podía pagar los 600 pesos para propinas que exigía la investidura o conseguía un padrino poderoso, pues al igual que el grado de doctor no necesitaba de cursos, sino de un tiempo de pasantía después de haber adquirido el grado de bachiller y, por supuesto, la realización continua de actos públicos
. Es de mencionar que conforme a los estatutos de la Real y Pontificia Universidad de México , negros, mulatos y chinos no podían ser matriculados ni, de este modo, optar por grados académicos: en opinión común de la época, la mezcla de razas aceleraba la descomposición del orden político vigente.

Tanto las instituciones de educación superior que se establecieron durante el siglo XIX en las diversas entidades del país como las provenientes de la época colonial, no modificaron la edad y el nivel de estudios para recibir a sus alumnos; en el transcurso, si heredaron o se hicieron de una estructura escolar completa -como el Colegio del Estado de Puebla o el Instituto Literario de Zacatecas-, conjugaron en un solo espacio los antiguos colegios y la idea universidad, si por tal entendemos la enseñanza de una profesión y el otorgamiento permisos (grados académicos), para su ejercicio, patente ésta que en el trayecto del siglo pasó a ser una facultad exclusiva del Estado. Los discípulos siguieron llegando a las instituciones de estructura escolar completa sólo con la primaria terminada. Tampoco fue extraño que en sus orígenes los institutos literarios de Oaxaca, el Estado de México y Jalisco tuviesen a su cargo escuelas de primeras letras
.

En Chihuahua, conforme a un decreto de 1828, era requisito indispensable para inscribirse en la cátedra de latinidad (antecedente del Instituto Literario) presentar el certificado de primeras letras y el consentimiento de los padres
. En la década de los treinta, el Colegio Guadalupano Josefino (1826-1853) de San Luis Potosí, iniciaba su plan de estudios con las cátedras de mínimos y menores, como en la época colonial . En el Colegio del Estado de Puebla, el gobierno de la entidad decidió en 1829 unir las cátedras de mínimos y menores, con el propósito de economizar fondos y mantener a flote la vida académica de la institución . También el Colegio de San Nicolás (Michoacán), al reabrirse en 1847, recibió a niños recién salidos de las escuelas de primeras letras .

En 1851, el gobernador del estado de Guanajuato, Octaviano Muñoz Ledo, aprovechando el certamen público de las escuelas primarias en la capital, estableció que el primer premio al mérito de los alumnos consistiría en una pensión o en pensiones para todos aquellos quisieran ir al Colegio de la Purísima Concepción, nombre del que después sería Colegio del Estado de Guanajuato
.

En 1867, el Instituto Literario de Yucatán imponía como requisitos de ingreso: saber leer y escribir y tener instrucción en aritmética, gramática castellana y religión; más tarde, en 1870 se añadirían al mismo los estudios de primaria inferior (cuatro años) y superior (dos años)
.
Igual sucedía por 1888 en el Instituto Literario del Estado de Tamaulipas, donde el requisito para ser admitido en calidad de alumno era tener al menos diez años cumplidos y haber cursado las materias de lectura correcta, escritura ejercitada en copia de modelos y al dictado, aritmética en las operaciones de números enteros, quebrados, mixtos, denominados y decimales, y gramática castellana en sus dos primeras partes, analogía y sintaxis
. En el Colegio Rosales de Culiacán, Sinaloa, los profesores tuvieron que impartir, de 1874 a 1882, materias de primaria (lectura, escritura, aritmética) a los alumnos de preparatoria . Caso similar ocurrió en el Instituto Veracruzano, cuyo plan de estudios de 1870 comprendía en su primer año la enseñanza de gramática castellana (analogía y sintaxis), aritmética (quebrados mixtos, decimales y denominados), geografía (física y política) y nociones de moral. Esto con el propósito de uniformar los conocimientos básicos de los estudiantes, ya que, "procedentes de muy diversas escuelas primarias, en las que no se seguía un plan uniforme, los alumnos llegaban al Instituto con distinto bagaje cultural" .

El hecho de aceptar en las instituciones estatales de educación superior a estudiantes recién egresados de las escuelas de primeras letras se prolongó hasta el siglo XX, pues apenas en 1926 se creó la Escuela Secundaria, con el propósito de extender las oportunidades de estudio y al mismo tiempo disminuir el acceso directo de los alumnos a la educación superior
.

En el Colegio del Estado de Puebla, este tipo de instrucción perduró hasta diciembre de 1937, cuando el gobernador del estado decretó que en lo porvenir las escuelas de igual categoría y nivel pasarían a depender del poder ejecutivo, por conducto de la Dirección General de Educación Pública
. En Zacatecas, la Universidad Autónoma todavía ofrece estudios de secundaria, una inequívoca señal de que el proceso de cambio tuvo sus bemoles. Hoy, desde hace años existe la propuesta académica e institucional de separar a las preparatorias de las universidades públicas del país, y por razones de orden político tampoco se ha procedido.

Mas en el caso de la ciudad de México y algunas otras entidades, cuyos institutos se convirtieron en preparatorias -Chihuahua, Aguascalientes, Yucatán, Sonora- o emularon las leyes educativas aplicables al Distrito Federal -Nuevo León, Michoacán, Morelos-, la idea de lo que debía ser un establecimiento de educación superior se modificó entre 1870 y 1900, a raíz de haberse aprobado y puesto en vigor las leyes orgánicas de instrucción de 1867 y 1869
. Esto llegó a los responsables de la política educativa a concebir un sitio intermedio entre la instrucción primaria y la profesional: la escuela secundaria o preparatoria.

Hacia 1867, para ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria bastaba con que el aspirante presentara examen o mostrara la carta de un maestro público de primeras letras, certificando que el candidato contaba con aptitudes en lectura, escritura, elementos de gramática castellana, estilo epistolar, aritmética, sistema métrico decimal, moral, urbanidad, nociones de derecho constitucional, y rudimentos de historia y geografía
. Fundamentalmente, el egresado de este establecimiento se prepararía después para cursar en una carrera profesional.

Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, en las instituciones mexicanas de educación superior con una estructura escolar completa, se mantuvo el requisito de haber concluido la primaria para formar parte de ellas; por sus orígenes sociales, destrezas académicas y capital cultural, era casi seguro que el estudiante que llegaba a esos establecimientos terminara una carrera o un oficio, si se limitaba a especializarse para el trabajo sin haber cursado previamente la preparatoria. La Ley que dio origen al Instituto Literario del Estado de Morelos (1871) precisó que no era indispensable ésta para ingresar a las escuelas profesionales de instrucción primaria, comercio y administración, artes y oficios; pero sí se requería para las restantes
.

En esta perspectiva, hablar de las instituciones de educación superior en el siglo antepasado es hablar de los establecimientos post primarios, y caben bajo esta denominación desde las escuelas universitarias -que impartían clases para el ejercicio posterior de una profesión- hasta las de artes y oficios -que habilitaban para el desempeño de un oficio o capacitaban para el trabajo-, pasando por las normales -formadoras de profesores y profesoras- y las de bellas artes -semillero de artistas: pintores, arquitectos, etc.- Habría que reconocer, por lo tanto, que estas instituciones fueron un verdadero eje del desarrollo educativo a nivel regional y que en consecuencia estuvieron ligadas a la economía, la sociedad, la política y la cultura de su tiempo. Sólo a título de ejemplo:

El Instituto Literario de Toluca estableció en 1870 una escuela de artes y oficios, luego clases taquigrafía y telegrafía (1876) y posteriormente, en 1881, una academia para artesanos -suprimida en 1889-; igual como en 1851 abrió talleres de litografía, tipografía, herrería, cantería y carpintería
. En 1869, por su parte, el gobernador de Durango facultó al director del Colegio Civil del Estado para que pudiese establecer y reglamentar talleres de carpintería, herrería, zapatería, sastrería e imprenta.

En Hidalgo, el Instituto Literario no se abrió solo, sino con una escuela de artes y oficios, que conservó de 1869 a 1890. Las carreras que ofreció en dicha escuela fueron las de: agrimensor, mecánico, agricultor, veterinario, farmacéutico, comerciante, maestro de obras y diversos oficios, como el de carpintero y sastre. El Instituto se propuso
impartir los cursos preparatorios para las carreras de medicina y abogacía. En 1890 se transformó en Instituto Científico y Literario del Estado de Hidalgo . Finalmente, el Instituto Literario de Oaxaca, comenzó a ofrecer en 1862 talleres de tipografía y litografía. Muchos años más tarde, en 1914 ofrecería las carreras de taquígrafos y mecánicos electricistas .

Con el fin de abundar en el concepto de educación superior, tal como se la concebía en 1900 el médico y pedagogo Luis E. Ruiz señaló:
"En cuanto a la enseñanza profesional se ha subdividido en dos partes, según que el objeto se alcance precisamente con amplísima preparación científica, o bien que los conocimientos sean tan limitados que se concreten a lo indispensable, dando a la actividad práctica la mayor amplitud.
A las primeras profesiones se les llama científicas y a las segundas artísticas. Son del primer carácter, el magisterio, la abogacía, el ejercicio de la medicina, etc., etc., y de la segunda las artes y oficios, en sus múltiples subdivisiones"
.

Así, adentrarnos en las instituciones y la educación superior -si equiparamos ésta con la enseñanza profesional- del siglo XIX es viajar hacia un mundo muy distinto al de hoy. Pero ¿cómo se fue organizando y bajo qué supuestos?
LOS NIVELES

A diferencia de España y Francia, en México no hubo -con honrosas excepciones en el último tercio del siglo XIX- individuos dedicados ex profeso a pensar el problema educativo y su reforma. La mayor parte de las referencias en este sentido proceden de la legislación, las memorias e informes oficiales y los textos de políticos e ideólogos preocupados por resolver los álgidos problemas del momento. Ello, desde luego, no quiere decir que en la toma de decisiones estuviesen ausentes las influencias europeas, en especial la francesa y española
.

En nuestro país, uno de los personajes que más peso tuvo en el ánimo de lo que sería el ámbito organizativo de la educación pública liberal durante las primeras décadas del siglo XIX fue sin duda alguna Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811); sus ideas educativas influyeron en las Cortes de Cádiz y se retomaron en ordenamientos educativos posteriores. En líneas medulares -tal como él lo propusiera en 1809, influido por el modelo francés de Talleyrand-Perigord (1791) y de Condorcet (1792)-, el plan expresado por Manuel José Quintana (1814) para normar el sistema de educación pública establecido por las Cortes, partió de cuatro bases generales: la universalidad, gratuidad, uniformidad y libertad de la enseñanza; la división de la misma en tres clases; la existencia de escuelas de primeras letras, la apertura de universidades de provincia para la segunda enseñanza y universidades mayores; la creación de una dirección general que supervisara los estudios y pusiera en marcha una Academia Nacional que estaría dividida en tres clases, según la división más general de los saberes: literatura y artes; ciencias físicas y matemáticas; ciencias morales y políticas .
Derogada la carta de Cádiz en 1814 y puesta en vigor hasta 1820, el comité encargado de redactar El reglamento general de instrucción pública para la metrópoli y sus dominios (decretado por las Cortes el 29 de junio de 1821), ratificó y profundizó en los mismos conceptos liberales vertidos por Manuel José Quintana:

La enseñanza impartida por el Estado debería ser gratuita, pública y uniforme, emplear un sólo método de estudio, iguales libros de texto y no propagar principios contrarios a la doctrina cristiana y a la Constitución de Cádiz (1812); dividirse, al mismo tiempo, en tres clases: la elemental, indispensable a todos los niños de escuelas públicas; la secundaria o superior, dedicada a cubrir los conocimientos preparatorios para estudios más profundos (profesionales) y también los básicos -útiles- para el desarrollo productivo de la nación (formación de artesanos) y, la de estudios mayores o de facultades, destinada a instruir individuos para el libre ejercicio de alguna profesión. También propuso el establecimiento de una Dirección General de Estudios en Madrid y para la Nueva España, la fundación de universidades de provincia -de segunda enseñanza- y una universidad central, ambas adscritas a una subdirección de instrucción pública, residente en México
.

La importancia de las Cortes de Cádiz para la política educativa del México independiente radica en el hecho que a este ensayo asistieron por la Nueva España más de 60 personas -Miguel Ramos Arizpe (1775-1843), Lucas Alamán (1792-1853), Lorenzo de Zavala (1788-1853), etc.- Incluso tres diputados novohispanos -Pablo de la Llave, José Francisco Guerra y Antonio M. Uranga- participaron en la elaboración del Reglamento general de instrucción pública (1821) y se familiarizaron con dilemas que después tratarían de resolver en México
.

Así, no es raro que en 1823, después de la caída de Agustín de Iturbide, varios individuos y grupos políticos se propusieran aplicar a la realidad mexicana los ordenamientos educativos de Cádiz. Incluso, retomando el reglamento español de 1821, en diciembre de ese año se formuló en México el primer Proyecto de Reglamento general de instrucción pública
.

Quizá el mejor ejemplo del influjo gaditano sea el Plan general de instrucción pública, hecho por el gobierno de Jalisco en 1826, siendo gobernador de la entidad Prisciliano Sánchez. Este Plan siguió al pie de la letra las ideas expresadas en los reglamentos español y mexicano de 1821 y 1823 y asimismo la Constitución, pero fundó cuatro clases de enseñanza o niveles. En el primer nivel se daría la enseñanza elemental; en el segundo, dibujo y geometría práctica; en el tercero, matemáticas puras y el cuarto, enseñanza preparatoria, de Bellas Artes (dibujo, geometría práctica, arquitectura, escultura y pintura) y profesional
. Asimismo, para impartir el último nivel clausuró la Universidad de Guadalajara (1826) y estableció en ese sitio el Instituto de Ciencias (1827), cuyo programa de cátedras fue el más completo de cuantos institutos se fundaron durante la primera república federal (1824-1835). Esto, desde luego, no es garantía de que efectivamente así haya ocurrido, según lo muestra la experiencia de Chihuahua y el informe que rindiera el gobernador de Jalisco en 1831: "... el gobierno es de los primeros en ansiar que se fomente cuanto sea posible la enseñanza de las ciencias, no sólo necesarias, sino meramente agradables y de lujo; mas no duda... en darle preferencia a la que sea más extensa en todo el Estado..."
Para el liberal republicano José María Luis Mora, el Instituto de Jalisco fue "el ensayo más feliz y perfecto que por entonces se hizo, no sólo para despojar de todos sus vicios a la educación y la enseñanza, sino para introducir los nuevos métodos que facilitan la una y la otra en los países adelantados en la civilización..." Sin embargo, la tentativa sólo se conservó hasta 1834, "en que la reacción de la oligarquía militar y sacerdotal... dio en tierra con este establecimiento..."


En Zacatecas, donde se llevó a la práctica el espíritu liberal y tuvo una participación activa Valentín Gómez Farías como legislador, el Plan general de instrucción pública (1831) consideró, así mismo, tres niveles, pese a que sólo estableció las bases generales para su desarrollo y normó la primera enseñanza, sin que hasta ahora haya noticia que se hubiesen elaborado las partes correspondientes a la segunda y tercera
. Zacatecas y Jalisco fueron los pioneros en promulgar leyes de avanzada con miras al fomento educativo, inspirados en los acuerdos, reglamentos y discusiones de las Cortes, tal vez debido a la directa influencia intelectual del profesor y periodista Francisco Severo Maldonado, quien asimismo difundió, entre otras, las ideas de Gaspar Melchor de Jovellanos .

Pero no únicamente se percibe la influencia liberal de Cádiz y Jovellanos en estas entidades. En marzo de 1824, el congreso de Yucatán decretó que el seminario conciliar de San Ildefonso, en Mérida, se convirtiera en universidad de segunda y tercera enseñanza y en ella se dieran las cátedras de gramática castellana y latina, física, teología escolástica y moral y derecho civil y canónico; desde antes de la independencia, el obispo había hecho gestiones para abrir una institución de estudios superiores
.

Por su parte, el gobierno de Guanajuato estableció en 1828 tres niveles de enseñanza: primeras letras, secundaria y profesional
. En Chihuahua, a principios de los años treinta, los alumnos podían estudiar, después de las primeras letras, dos años de latinidad y luego tres de filosofía, pero desde 1834 se iniciaron los estudios profesionales con las cátedras de teología escolástica y dogmática, si bien no se matriculó nadie en ellas. Un año más tarde, abrió sus puertas el Instituto Literario de Chihuahua, que reunió las cátedras de latinidad y filosofía, las dos de teología y tres prospectas: dos de cánones y leyes y una de medicina. Los cursos planeados no pudieron abrirse o no concluyeron, o ningún alumno presentó examen, pues el primer registro en derecho público es de 1850 y el de medicina aparece hasta 1906 . Lo importante a percibir es el establecimiento de cuatro niveles de enseñanza, uno correspondiente a las primeras letras y el resto a la educación superior.

En Tabasco, el gobernador propuso en 1826 instalar escuelas de primeras letras en cada cabecera de partido, y en la capital un colegio -el de San Juan Bautista- para la enseñanza de latinidad, filosofía y teología. El proyecto, sin embargo, no se llevó a cabo hasta 1831, luego de tres frustrados intentos, y pese a que la idea arrancara desde las Cortes españolas. No se necesitan -señaló un informe de 1831- hacer profundos raciocinios para averiguar la causa por la que en otras ocasiones no funcionó el colegio: el estado "no está completamente provisto de escuelas de primeras letras, elemento que debió ponerse en acción al proyectar esa clase de enseñanza"
.
En Veracruz, el Reglamento general de instrucción pública (1821), dispuso que se fundase en la villa de Orizaba una universidad de provincia, donde se impartirían cátedras de segunda y tercera enseñanza, pero el acuerdo no se llevó a cabo por la situación política del país, habiéndose consumado la Independencia
. En 1824, el congreso local aprobó crear en ese sitio un colegio nacional; éste, con el nombre de Colegio del Estado Veracruzano, abrió sus puertas un año después. Más realista que otros, acordó empezar por las cátedras de gramática castellana y latina, y conforme fueran avanzando los alumnos se ofrecerían los siguientes niveles .

En suma, durante la primera década del México independiente, debido a la influencia de las Cortes de Cádiz y al reglamento de instrucción pública -sin descartar la lectura directa o mediada de Jovellanos y algunos otros autores franceses-, se instituyeron en la educación superior mexicana tres y hasta cuatro niveles de enseñanza, gracias, sobre todo, al trabajo político de los grupos liberales, republicanos y monárquicos
. Invariablemente -además- se creó en los estados una Dirección General de estudios o Junta Directiva, con el propósito de vertebrar un sistema educativo, según ya se había previsto en la constitución de Cádiz y el reglamento español de 1821 . El problema es que después de 1823 se inició un debate sobre qué camino debía seguir el país, mientras prosperaba por todos lados un movimiento autonomista que desembocó en el nacimiento de la primera República federal (1824-1835) y la presencia cada vez más activa de los grupos de poder regionales, nacidos en el último tercio del siglo XVIII .

La Constitución federal de 1824 decretó que sin perjudicar el derecho de las legislaturas para el arreglo de la educación pública, era obligación exclusiva del Congreso general promover "la ilustración... estableciendo colegios de marina, artillería e ingenieros, exigiendo uno o más establecimientos en que se enseñen las ciencias naturales y exactas, políticas y morales, nobles artes y lenguas"
. Así, se mantenía a salvo la soberanía de los estados, mientras la federación podía intervenir en la apertura de instituciones educativas; pero también integraba una propuesta tanto del reglamento español de 1821 como del mexicano primer Proyecto de Reglamento general de instrucción pública (1823) .

Según José María Luis Mora, en 1830 la decadencia de los colegios y la Universidad era tan obvia que el ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, Lucas Alamán, propuso a las Cámaras un plan de reformas, consistente en: la división y clasificación de la enseñanza, repartida en tantas escuelas cuantos eran los ramos que debían constituirla; el establecimiento de la enseñanza en ramos antes desconocidos y sin objeto en el sistema colonial; la supresión de una multitud exorbitante de cátedras de teología; y, la dedicación exclusiva de cada colegio a un sólo ramo de enseñanza o a los que con él tuviesen alguna relación. Mas ni los principales involucrados -la Universidad y los colegios- ni las Cámaras se dieron por aludidos: todos, de común acuerdo, acabaron por abandonar el proyecto, y aun la discusión del punto.

En 1832 -como resultado de una alianza entre una fracción del ejército y las milicias cívicas federalistas de Zacatecas-, llegaron al poder los liberales republicanos; Manuel Gómez Pedraza se hizo cargo de la presidencia. Con un ministerio ayuno de unidad -Gómez Farías, González Angulo, Ramos Arizpe, Parrés-, el ejercicio del poder trastrabilló y tomaron el mando los liberales republicanos radicales, en alianza con otra fracción del ejército, encabezada por Antonio López de Santa Anna, quien llegó a la presidencia y llevó como vicepresidente a Valentín Gómez Farías, secretario de hacienda en la administración anterior
. "Cancelar inveterados privilegios -especialmente del clero-, dominar a los grupos armados disidentes y reorganizar la educación fueron las tareas que con mayor vehemencia emprendió el nuevo gobierno" .

El vicepresidente, aprovechando la ausencia temporal de Antonio López de Santa Anna recibió del Congreso facultades extraordinarias para arreglar todos los ramos de la enseñanza, en el distrito y los territorios federales
. Una Junta de Instrucción Pública, formada de políticos e ideólogos, señalados por su radicalismo, planteó destruir cuanto de inútil o perjudicial tenían la educación y la enseñanza; establecer una y otra en relación con "las necesidades determinadas por el nuevo estado social"; y, difundir "entre las masas los medios más precisos e indispensables de aprender" . Y fue a partir de estas directrices que se emprendió la "reforma de la enseñanza y el modo de distribuirla".

Tradicionalmente se concebía a la universidad como un espacio en el que se enseñaban varias facultades y se otorgaban grados académicos. Luego de 1821, los colegios de la ciudad de México y de los estados en donde se brindaban estudios superiores desde la época colonial (Puebla, Michoacán, Oaxaca, Nuevo León, Durango), se transformaron en instituciones universitarias que -en la perspectiva de los liberales- impartían conocimientos poco útiles y prácticos. Si estos recintos podían representar, además, focos de oposición política, era obvia su clausura o cuando menos su reforma.
Aun cuando las medidas de la vicepresidencia sólo serían aplicables en el distrito y los territorios de la federación, era seguro que los grupos políticos de liberales lucharían por hacerlas extensivas en sus dominios, habida cuenta que contaban con el apoyo del Congreso. La vicepresidencia acordó, entre otras cosas, suprimir las universidades y formar escuelas de cada ramo en donde fuesen examinados los alumnos que "aspiran a obtener los grados académicos o a ejercer alguna de las profesiones", según ya lo había propuesto en 1830 el ministro Lucas Alamán
.

El mismo decreto que suprimió a la Universidad de México (octubre 19 de 1833) estableció una dirección general de instrucción pública para el Distrito y Territorios de la Federación, cuyo propósito era no sólo acabar con el monopolio de la Universidad en cuanto al otorgamiento de los grados académicos -que todavía pesaba en los colegios-, sino instituir una dependencia encargada de los aspectos académicos, técnicos, administrativos y financieros de la instrucción pública en todos sus tipos y modalidades; o sea, formar un sistema educativo organizado de manera jerárquica y centralizada, rector -dirían los políticos liberales de aquella época- de la educación y la enseñanza públicas
.

En palabras de Mora, una Dirección general de "donde partan todas las medidas relativas a la conservación, fomento y difusión de la educación y enseñanza; un fondo público formado de los antigua y nuevamente consignados al objeto, administrado, conservado e invertido bajo la autoridad de la expresada Dirección; para cada uno de los ramos principales de la educación científica y literaria y para los preparatorios, un colegio, escuela o establecimiento; una inspección general para las escuelas de primeras letras, normales, de adultos y niños de ambos sexos, de las cuales debía haber por lo menos una en cada parroquia; un establecimiento o escuela de bellas artes, un museo nacional y una biblioteca pública" . Propuesta administrativa poco novedosa si recordamos que esta Dirección ya había sido creada con funciones parecidas en varios estados y que respondía a los planteamientos de Cádiz y por supuesto al primer Proyecto de Reglamento general de 1823. Antes que en el distrito y los territorios federales, las reformas a la educación se habían sucedido con mayor éxito en las entidades gobernadas o influidas por liberales republicanos . Porque, desde las cortes de Cádiz había no sólo una continuidad de ideas, sino también de personas preocupadas por resolver los grandes problemas heredados de la colonia, ya fuese mediante la forma republicana o centralista . Entonces, ¿cuál fue la novedad de 1833?

En armonía con la idea de "sistemar la enseñanza", por decreto de octubre 23 de 1833 se formaron seis escuelas, "la primera de estudios preparatorios, la segunda de estudios ideológicos y humanidades, la tercera de estudios físicos y matemáticos, la cuarta de estudios médicos, la quinta de estudios de jurisprudencia y la sexta de estudios sagrados; a todas estas escuelas se dio el nombre de establecimientos, excluyendo el intento de colegios, para que no sirviera de precedente a efecto de reclamar el uso o abuso de las rutinas establecidas en ellos"
.
El valor de esta medida reside en que por primera vez apareció, para el distrito y los territorios de la federación, un ciclo de estudios como soporte de los profesionales -la escuela preparatoria-. La idea fue reunir en este establecimiento la "enseñanza de todos los conductores de las ciencias, o más claro, de todos los medios de aprender; así, pues, se fijó en el estudio de las lenguas sabias, antiguas y modernas, el del idioma patrio y los más notables de las antiguas naciones indianas, más por instrucción que por el uso que se haga de ellos en un país donde la lengua castellana es común a todos los miembros de la sociedad"
. Según el reglamento, los estudios preparatorios tendrían "por ahora" (sic) las cátedras siguientes: 1ª y 2ª de latinidad; una de idioma mexicano; una de otomí; una de francés; una de inglés; una de alemán; una de griego; una de principios de lógica, aritmética, álgebra y geometría y, una de teología natural, neumatología y fundamentos filosóficos de la religión .

La constitución de un nivel con el propósito de servir de puente entre las primeras letras y los estudios profesionales de carrera influyó en el ánimo de las legislaturas. En 1834, por ejemplo, la de Jalisco dictó un nuevo Plan. Según éste, la enseñanza media o de segunda clase se daría exclusivamente en Guadalajara, en el Liceo de Jalisco y en el Instituto del Estado. El Liceo de Jalisco, acotó, "será una casa de educación preparatoria que proporcionará a los jóvenes aquellos estudios sin los que no podrán ser admitidos en las respectivas secciones del
Instituto conforme lo disponga el reglamento" . De esta manera se estableció con mayor precisión que en el reglamento federal, un nivel de estudios indispensable para proseguir una carrera profesional. En tiempos de la República restaurada, esta providencia se fue haciendo extensiva en el país.
La importancia de este decreto, con su bando y respectivo reglamento, estriba también en que por vez primera se configuraron los estudios no a la usanza de los colegios y las universidades -por cátedras y facultades-, sino a partir de una ordenación por cátedras y profesiones. Cada institución ofrecería su savia intelectual, organizada y programada en cursos simultáneos y progresivos, siguiendo el modelo de impartir saberes graduados y específicos. El establecimiento de estudios médicos, por ejemplo, tendría nueve cátedras, pero durante el primer año, en un semestre lectivo el alumno cursaría sólo anatomía y fisiología y en otro, anatomía e higiene y, de esta suerte, el resto de las cátedras
.
Una novedad más de la reforma fue el orden sucesivo de los estudios, su duración y los requisitos académicos para acceder a cada escuela y, en general, adquirir un título
. Para ingresar a jurisprudencia, el alumno debería haber hecho y aprobado dos cursos de latinidad, uno de francés, uno de inglés, uno de ideología en todos sus ramos y uno de moral natural; para medicina, dos de latinidad, uno de francés, uno de ideología en todos sus ramos, uno de matemáticas puras, uno de historia natural, uno de botánica y uno de química .



 

En este sentido, los dos ensayos "conservadores" para reorganizar la educación -el de 1843 y el de 1854-, si bien retomaron las ideas generales enunciadas por el intento liberal reformista y republicano de 1833, jamás pudo enraizar a porfía debido al permanente clima de inestabilidad política.

La reforma de 1843 planteó, entre otras cosas, actualizar la enseñanza media y universitaria; dar mayor uniformidad a los estudios preparatorios en las cuatro carreras (foro, eclesiástica, de medicina y de ciencias naturales); extender por el país el modelo de los colegios de la capital, con el objeto de uniformar la enseñanza; fundar una Junta directiva general de estudios, formada por el ministro de instrucción pública, el rector de la Universidad y un cuerpo de directores de colegios, con tareas y obligaciones específicas en el campo administrativo, financiero y académico
. Pero, pese a que de 1843 a 1851 se crearon las escuelas de agricultura y de artes y oficios (1843), se infundió una vida más vigorosa a la academia de las tres nobles artes, se especializaron carreras en el Colegio de Minería, se efectuaron cambios importantes en los estudios médicos y se declararon nacionales todos los establecimientos de educación oficial, los avances fueron mínimos .
El siguiente ensayo conservador (1854) distribuyó a la instrucción pública en primaria, secundaria o preparatoria, superior y especial y propuso también una Dirección de instrucción pública, a cargo inmediato y económico de la Universidad. Los institutos o colegios nacionales se dedicarían a la segunda enseñanza, que dividida en dos periodos de tres años cada uno duraría seis años y serviría de base a los estudios superiores. Estos rasgos de la reforma "planteaban una completa centralización educativa y una división cada vez más definida de los estudios"
. En cuanto a su enseñanza, el currículo hizo hincapié en las disciplinas filosóficas y religiosas, lo mismo que en las humanidades. El "contenido de los cursos de matemáticas: aritmética, álgebra, geometría y trigonometría, geometría analítica, cálculo, física, química e historia natural nada tendrán que pedirle al plan de 1867 de Barreda" . Pero la revolución de Ayutla que puso fin a la dictadura santanista impidió siquiera su puesta en marcha.

En julio de 1867 entró Juárez en la ciudad de México y poco tiempo después se constituyó un grupo encargado de discutir una nueva ley de instrucción, la cual estableció las siguientes escuelas: secundaria para personas del sexo femenino; de estudios preparatorios; de jurisprudencia; de medicina, cirugía y farmacia; de agricultura y veterinaria; de ingenieros; de naturalistas; de bellas artes; de música y declamación; de comercio; de normal; de artes y oficios, y para la enseñanza de sordomudos, un observatorio astronómico; una academia nacional de ciencias y literatura, y un jardín botánico
.
Esta nueva ley sería el coronamiento de un liberalismo triunfante. Mucho se ha insistido en que la reforma de Gabino Barreda, su principal artífice, descansó en el positivismo, pero una lectura atenta de Auguste Comte echa por tierra esa pretensión. Nuestro personaje necesitaba del liberalismo sin cuya alianza "el positivismo no habría pasado de ser una doctrina más y los liberales necesitaban aliarse a una doctrina al servicio del orden material; por ello fue posible hacer ajustes. Lo que sí era imposible era postular al positivismo en su verdadera dimensión, como doctrina total, y a pesar de las precauciones del creador de la
preparatoria, tarde o temprano habría de provocarse el rompimiento y empezarían los ataques liberales" .
En esta época se concibió a la escuela preparatoria como la columna vertebral de la nueva ley. La enseñanza en ella se dividió en cuatro áreas: abogacía, medicina y farmacia, agricultura y veterinaria e, ingeniería, arquitectura y metalurgia. Las tres primeras a realizarse en cinco años; la última en cuatro
. En 1869 se hizo un ajuste: se suprimieron la metafísica y el derecho eclesiástico y se uniformaron con ligerísimas variantes los estudios preparatorios para todas las carreras, convirtiéndose así a la Escuela en "un plantel donde podía adquirirse una ilustración superior completa y bien organizada con finalidad propia, y no sólo como preparación de estudios superiores .

En 1875 José Díaz Covarrubias, ministro de Justicia e Instrucción Pública durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, escribió:
"El error de considerar la instrucción secundaria como encaminada únicamente a preparar una carrera profesional, produce la lamentable anarquía que se observa en los países donde las ideas de instrucción están poco avanzadas cuando se presenta el problema de fijar los estudios preparatorios para las diversas profesiones [...]. Lo diremos por última vez; no se trata de hacer sabios y especialistas a todos los ciudadanos; se trata solamente de difundir entre el mayor número posible, los conocimientos fundamentales, ya para que sean útiles directamente a todo el que los adquiere, ya para basar firmemente sobre ellos las profesiones y las aplicaciones científicas trascendentes"
.

De esta suerte, en la medida que se concibió a la preparatoria, no sólo como lugar de paso entre la educación primaria y la profesional, sino como un nivel con fines propios, la organización educativa en las entidades se diversificó. Durante el régimen porfirista, los institutos o colegios de Toluca, Yucatán, Sonora, Chihuahua, Aguascalientes, Tabasco, Guerrero y Tamaulipas, por ejemplo, se convirtieron en preparatorias; los de San Luis, Guanajuato, Michoacán Durango, Zacatecas, Hidalgo, Querétaro y Puebla adecuaron sus marcos de funcionamiento a la ley, y unos más, como Nuevo León, separaron preparatorias y escuelas
. Hasta podríamos decir que durante el régimen porfirista, la educación en México fue positivista, si nos atenemos al modelo que se inició en tiempos de la República restaurada. Pero según lo muestran los estudios de Sinaloa y Puebla, este positivismo fue de nombre, una fachada que cobijó haberes y quehaceres muy diversos . Nadie sabe la profundidad de las aguas hasta que se sumerge en ellas.


Enrique Conrado Rébsamen Egloff (1857-1904) fue un educador mexicano nacido en Suiza cuyas reformas educativas influyeron de manera decisiva en el sistema educativo actual de México.1
Rébsamen fue el primogénito del matrimonio formado por Juan Ulrich Rébsamen, educador y director de la escuela normalista de esa localidad por 43 años y de Catalina Egloff, mujer de vasta instrucción, hija de un coronel y consejero gubernamental
Formación académica
La formación principal de Rébsamen fue en el área de la pedagogía obteniendo diplomas de profesor de primaria y de profesor de escuelas secundarias. Además tuvo amplia preparación en comercio, en idiomas, en botánica, en geología y en paleontología. Desde su época de estudiante realizó aportaciones literarias que abarcaban diversos temas tanto científicos como culturales.
Al egresar desempeñó el puesto de director y jefe de profesores en la escuela recién fundada de la población de Lichtenfels en Alemania, durando cinco y medio años en este cargo. En ese tiempo desarrolló amistad con diversos intelectuales de la época. Uno de ellos, Carlos Von Gagern, de quien leyó el ensayo titulado “Quetzalcóatl” que lo impactó profundamente, tuvo gran influencia en la decisión de Rébsamen de venir a México.








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