Con la independencia de
Centroamérica en 1821 se inició un largo
período de cruentas
luchas en el territorio
nicaragüense, que va a concluir con la finalización de la Guerra Nacional
Antifilibustera en 1857. A este período se le conoce tradicionalmente en la
historia de Nicaragua como la “Anarquía”, situación valorada como el reflejo de
la caótica situación política, económica y social que vivía el país a
consecuencia de la falta de un gobierno efectivo y de leyes que rigieran a todos
los nicaragüenses en el contexto de un orden político que se impusiera. En el
Período de la Anarquía en Nicaragua se pueden destacar como los principales
conflictos armados, los siguientes: el levantamiento armado del 4 de junio y
del 27 de agosto de 1822 en León; el levantamiento del 9 de octubre de 1822 en Granada
y el golpe militar de 1823 dirigidos por
Cleto Ordóñez; la guerra civil
de 1824-1825 entre los grupos de fiebres (liberal, republicanos) y serviles (conservadores);
la guerra civil de Cerda-Argüello en 1827-1829; la guerra civil de 1834; el
asesinato del Jefe de Estado José Zepeda en 1837; la guerra de Nicaragua
y Honduras contra
El Salvador en 1839; la toma de San Juan del Norte por el
Rey Miskito apoyado por las tropas británicas en 1841; la guerra de Malespín en
1844-1845; el enfrentamiento armado entre fuerzas militares nicaragüenses y británicas
por la toma de San Juan del Norte en 1848; la rebelión armada de Rivas en 1848
y 1849 dirigidas por Bernabé Somoza; la asonada de León en 1849; el golpe de
Estado en 1851; la guerra civil entre democráticos y legitimistas en 1854 y la
Guerra Nacional Antifilibustera de 1856-1857.
El primero de abril de 1853
asumió el cargo de
Director de Estado, General
don Fruto Chamorro
Pérez, representante de la
aristocracia conservadora, definiendo como su principal fundamento político la imposición
y conservación del “orden” en Nicaragua. Por ello en
mayo emitió un
decreto en el que
ordenó la elección de diputados para la Asamblea Constituyente que elaboraría
la nueva Constitución
Política. Los liberales
expresaron razones de fraude en los resultados de la elección para Director de Estado del General Chamorro,
su descontento por la derogación de la
Constitución Política de
1838 y por la instauración de la
Asamblea Constituyente.
En abril de 1854 se promulgó
la nueva Constitución
Política de Nicaragua en la
que se instituyó el cargo de Presidente de la República con un mandato de cuatro
años, otorgándosele una serie de poderes que consolidaban el autoritarismo del
Ejecutivo. Ante esta situación, los jefes liberales Máximo Jerez y Francisco
Castellón realizaron una invasión armada desde Honduras, que entró el 5 de mayo
de 1854 por Somotillo y después por El Realejo; posteriormente, avanzó hacia
Chinandega donde encontró apoyo de la población y organizó a sus fuerzas
militares con el nombre de Ejército Democrático. El Ejército Legitimista fue
enviado a León combatiendo en Quezalguaque y El Pozo, cerca de Telica, donde
fue derrotado.
El General William Walker, en
su desempeño como presidente y jefe del ejército, estableció que el Ejército de
Nicaragua se regiría conforme a la tradición y los códigos militares de los
ejércitos del Sur de los
Estados Unidos, por lo que
realizó la estructuración organizativa de los órganos de mando y dirección de la
Comandancia y el Estado Mayor, de las unidades de combate de artillería ligera
y rifleros, y de las unidades de aseguramiento ingeniero. Además, ubicó sus
cuarteles centrales de las unidades desde el punto de vista
estratégico-geográfico en Managua, Granada y Rivas, de acuerdo con el
desarrollo de la guerra. Implementó una tabla salarial en proporción a los
grados militares de oficiales y tropas. El 14 de septiembre de 1856 se realizó
la heróica batalla de San Jacinto, cuya relevancia no está dada por el elemento
estrictamente militar; su importancia en la historia de Nicaragua y
Centroamérica se expresa desde el punto de vista político, moral y de dignidad
nacional. La gesta de los héroes de San
Jacinto fue la primera derrota del filibusterismo después de la unidad
nacional, demostrando que éstos no eran invencibles y que el arrojo y valentía de
los nicaragüenses superaba las limitaciones El Período de Los Treinta Años se
inició con la presidencia del General Tomás Martínez Guerrero el 11 de
noviembre 1857. Con la promulgación de la nueva Constitución de 1858 se
estableció la subordinación expresa de los militares a la autoridad del
Presidente de la República. Esto contribuyó en cierta forma a la estabilidad de
la naciónmateriales de la contiendaGeneral de División José Dolores Estrada.
Esto contribuyó en cierta
forma a la estabilidad de la nación. En esta línea, se reorganizó el Ejército
de la República, según el Decreto del 22
de noviembre de 1858 emitido por el Presidente,
General Tomás Martínez. Se estructuró en 12 batallones de infantería, 2
escuadrones de caballería y 2 brigadas de artillería. Estas unidades fueron
distribuidas en siete departamentos del país, en Chinandega: dos batallones de
infantería; en León: dos batallones de infantería, un escuadrón de caballería y
una brigada de artillería; en Granada: tres batallones de infantería y una
brigada de artillería; en Rivas: dos batallones de infantería; en Chontales: un
batallón de infantería y un escuadrón de caballería; en Matagalpa: un batallón
de infantería. Las
transformaciones en la política económica y las finanzas durante la transición
entre el orden colonial y los Estados republicanos son un tema central de la
historia latinoamericana del periodo decimonónico. Este libro de Sánchez
Santiró incursiona plenamente en este tema hasta ahora poco explorado,
aportando un estudio significativo por la riqueza de su enfoque, lo acertado de
sus preguntas y lo sólido de su investigación.
El trabajo tiene su punto de partida al señalar
claramente que el proceso de independencia fue un quiebre de ideas,
instituciones y prácticas económicas que abrieron un nuevo espacio de
incertidumbre en la convivencia entre lo nuevo y lo viejo que sostuvo a las
finanzas públicas de México entre 1821 y 1857. Desde aquella preocupación
inicial, el autor se propone demostrar que en el caso mexicano no se instauró
un régimen fiscal acorde con los principios del liberalismo, por lo que en su
lugar se constituyó una fiscalidad que en buena medida mantuvo características
heredadas del antiguo régimen; no obstante, también muestra que hubo una
transición hacia una reforma fiscal progresiva. Por tanto se trata de un examen
complejo que avanza al mismo tiempo mostrando las persistencias y las
innovaciones que tuvo la fiscalidad decimonónica.
El tipo de análisis que propone esta obra para caracterizar las finanzas
mexicanas de este periodo lleva al autor a preguntarse sobre otras tres
cuestiones absolutamente relevantes para la economía política del siglo XIX,
como son la propia naturaleza de la fiscalidad en relación directa con la
construcción del Estado, el liberalismo temprano y el federalismo
posrevolucionario. Estos tres campos de interacción son fundamentales para
interpretar con acierto y riqueza la marcha cualitativa y cuantitativa de la
fiscalidad examinada. Por tanto uno de los temas introductorios a la cuestión
fiscal es qué tipo de liberalismo o qué ideas de liberalismo guiaron a los
políticos mexicanos, cómo lograron transitar desde los criterios de desigualdad
y desproporcionalidad del sistema fiscal antiguo a los enunciados de igualdad y
proporcionalidad del liberalismo. Asimismo, se plantean las condicionantes
materiales y sociales al cambio y con qué ritmo transitó el mismo y hasta qué
punto sucedió. También se examinan otros problemas emergentes de la
posrevolución, como cuál fue la soberanía territorial que tuvo el Estado
emergente y si hubo una soberanía o muchas soberanías fiscales, lo cual implica
discutir los contextos de emergencia y desarrollo del federalismo mexicano.
estar el golpe final al
gobierno de Chamorro,
De modo que bajo aquellos postulados, el análisis de la Hacienda pública
se despliega en este libro a lo largo de varios capítulos en los que se va
estudiando la fiscalidad desde fines de la etapa colonial, la regencia y el
primer imperio, para más tarde presentar las alcabalas y las contribuciones
directas durante la primera república federal y la coyuntura de guerra entre
1846 y 1852, para finalmente abordar el ciclo de la dictadura de Santa Anna y
el advenimiento de una nueva era fiscal con el Plan de Ayutla y la Constitución
de 1857. De manera que, a través de este extenso mirador, se puede observar
adecuadamente la evolución de las variables fiscales en íntima relación con los
problemas relevantes que signaron a México en la primera mitad del siglo XIX.
Así, debido a la riqueza del estudio, se puede transitar desde los
legados fiscales tardocoloniales hasta las nuevas pautas propuestas por la
Constitución de Cádiz de 1812, para luego pasar del plano empírico al de las
ideas que guiaron al erario público republicano y preguntarse sobre los
beneficios o perjuicios que aquellas políticas fiscales desataron sobre el
territorio y los actores sociales. De modo que el trabajo presenta una doble
virtud: avanzar sobre un lapso temporal largo y un estudio de todos los rubros;
por lo que supera el problema de la fragmentación territorial e institucional
tan habitual en esos años, al mismo tiempo que da cuenta de la naturaleza de
los rubros y sus prácticas de recaudación y efectos sobre los individuos, lo
cual le permite al autor disponer de estadísticas consistentes para mostrar un
panorama completo de la evolución fiscal de México.
Entre las principales conclusiones que aporta este ensayo sobre la
evolución de las finanzas mexicanas está la que demuestra claramente cómo
pervivió un fuerte peso de las contribuciones indirectas durante el extenso
lapso temporal analizado. Lo cual, en definitiva, señala el camino diferente
que siguió este caso de aquellos que iniciaron, sobre todo en Europa, una
marcha hacia la fiscalidad directa en esas décadas. Por lo tanto, más allá del
surgimiento de tradiciones ideológicas e intentos de reformar la fiscalidad poscolonial,
los ingresos de rentas indirectas se mantuvieron en pie durante la primera
mitad del siglo XIX.
Según el autor, varios han sido los factores estructurales que
impidieron establecer una nueva tradición de rubros y una gestión aceptable de
impuestos directos. Entre los principales obstáculos para el imperio de una
nueva fiscalidad se encontraban la baja densidad demográfica, la manera en que
se configuró la propiedad, las formas de percepción territorial y la
resistencia al pago de contribuciones directas. Mientras que, en contraste con
lo señalado, la herencia de impuestos indirectos contó para los gobiernos con
una aceptable red territorial de funcionarios y receptorías de pago, así como
con una cultura que las hacía de menor resistencia para su recolección. Por lo
que, frente a estas dos alternativas con los costos y beneficios que ofrecían,
se habría producido la emergencia de una tradición híbrida que sería la
"modernización" de la alcabala como resultado de aquella situación
entre lo tradicional y lo nuevo. Esa solución transitoria también se vinculó al
grado de aceptación social de las rentas públicas, ya que los impuestos
indirectos tenían ventajas para los hacendados, rancheros y fabricantes, pues
trasladaban sus costos a los precios que pagaban los consumidores.
Finalmente, Sánchez Santiró remarca que dentro del largo derrotero de
transición impositiva, que va desde 1846 hasta 1848, comenzaría a perfilarse el
peso de otros factores sobre la estructura fiscal mexicana, pues para entonces
los cuerpos milicianos, los intereses municipales más politizados y la nueva
realidad armada se habrían convertido en agentes de recambio de las políticas
públicas. Así, con el Plan de Ayutla comenzaría a gestarse un contexto de
fuerzas sociales y políticas que apuntaría para anular las nuevas alcabalas y
empujar el progresivo aceleramiento hacia el liberalismo fiscal.
De manera que este libro, por todo lo señalado, es un aporte
significativo para el estudio de la fiscalidad mexicana de la primera mitad del
siglo XIX. Pero también, y por varios motivos, es un punto de referencia para
emprender estudios comparativos en la historiografía latinoamericana. En primer
lugar, nos permite corroborar que a lo largo del continente, pese a los
intentos de reformas liberales, existieron características comunes de
pervivencia de regímenes indirectos de fiscalidad luego de la independencia.
Segundo, nos muestra cómo las pervivencias de modalidades indirectas fueron en
cada caso de naturaleza diversa y la necesidad de reexaminar de manera más
profunda las relaciones entre las matrices fiscales que pervivieron y las
prácticas de derechos de propiedad y la estructura institucional de recaudación
disponibles. Tercero, contribuye a enfocar cómo impactó la fiscalidad sobre el
territorio y los grupos sociales de manera divergente debido a la rápida
instauración de estados federales centralizados, frente a otros casos en los
cuales hubo una larga pervivencia de sistemas confederales; así como a abordar
las relaciones conflictivas o de consenso entre diversos escenarios fiscales
federales, provinciales y municipales.
La disyuntiva que surgió en 1821
era si convenía restablecer el monopolio del tabaco de acuerdo con la forma que
había tenido durante el periodo colonial o suprimirlo de forma absoluta. Los
argumentos a favor de la supresión del estanco fueron fundamentalmente de
carácter ideológico, mientras que los esgrimidos en defensa de la continuidad
eran más bien pragmáticos. Por un lado, se puso en relieve la asociación del
monopolio con el régimen español y su política de restricción de las libertades
económicas y, por el otro, su probada rentabilidad virreinal para el tesoro
público. Entre 1821 y 1822 las retóricas liberal y anticolonial serían mucho
más estridentes que los augurios acerca de las funestas consecuencias
financieras que seguirían a una eventual extinción del estanco.
Desde finales de 1821 los
pronunciamientos en contra del estanco se manifestaron tanto en la prensa como
en el interior de la soberana Junta Provisional Gubernativa, que funcionaba
como órgano legislativo. En contrapartida, la defensa de la institución estuvo
a cargo principalmente de la Regencia, presidida por Iturbide y algunos
legisladores, así como de los sectores cuya subsistencia dependía de manera
directa del estanco, como los cosecheros y operarios de las fábricas
gubernamentales de cigarros y puros.
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